En la dulzura de mi abrazo
cerraste los ojos,
junto mi hombro,
tu aliento fue sollozo y, tu calor,
expiro dejándome solo.
Maldecía los cielos la fe que nada cura,
al demonio y su irrealidad,
pues aquí sigue mi alma, sin
solucionarme nada,
posiblemente por barata.
Surrealista consuelo que no te resucita
ni a golpe de pastillas.
Mi amor se desalinea,
no encontrando en la soledad,
más que ira, impotencia y mentira.
¿Para que vale la vida?
Cuando en ella no se encuentra más que
agria pena,
lagrima de frío granito que se marchita,
como la primavera,
vencida tras una tupida cortina.
Con el filo de un cuchillo de acero
pulido,
dibujo mis venas recostado en la bañera.
El latir que me aproxima y aleja,
mis ojos, son ahora otoño.
No se si aun vivo,
espero, sin mucho optimismo,
reunirme con tigo, o por lo menos,
olvidarme de aquello que siento sin
remedio,
restando de mi carne, cuanto pretendo
arrancarme.
En toneladas mis parpados se han
trasformado,
seco frió me recorre desde abajo,
cuando una música con sabor a voz,
murmulla cercana,
pidiendo por mi perdón.
La noche se presenta cortando,
me cubre cuan manto,
llenando de silencios mí espacio,
y sigo recordando.
Un error más… entre tantos,
la muerte ha pasado, y sin presentarse,
me llena de oscuro pringue,
sin arrancar de mí, lo que me dejó
olvidado.
En este rincón abstraído,
sigo llorando, amargado, enojado,
en este rincón, vendido al tiempo, se
corrompen mis suspiros,
sintiendo sobre mi hombro, el aliento de
su sollozo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario