martes, 25 de octubre de 2016

¿Diferente?








¿Diferente?
... yo lo llamo auténtico.
Dos visiones, dos opiniones
y un mismo momento.
¿No es el mundo fantástico?


Libertad, la de verdad,
pasa por pensar, decir y discutir,
sin que la sangre se derrame
en manos egoístas e ignorantes.
Como lo es volar o caminar
si así lo pide la carne.


Anoche conté dos mil estrellas,
ella novecientas.
Nos miramos, nos reímos, nos besamos,
y como en un sueño sin peso,
amanecimos el uno del otro preso.


Llevar la contra al mundo,
dejar de ser una voz más,
caminar de vez en cuando
contra la corriente,
puede ser más
una sencilla recompensa
que el mayor pesar.



domingo, 23 de octubre de 2016

Venta la Montaña.






-Qué me pido, que me pido-,
me decía siempre al apartar la cortinilla
que daba paso al recreo de mis sentidos.

Entre buena gente y mejor yantar,
he crecido y madurado con ratitos entre cortos y largos,
que más que recuerdo, son en esta carne un constante soñar,
al derretirse entre los labios e inundar el paladar,
sin que mis ojos se hayan cerrado ni mi voz pueda con más.

En Benimantell, donde he corrido más que andado
y brincado más que llorado, tengo un rincón tan mío
como de sus gentes es mi recuerdo con su final y su comienzo.

Y es allí, en aquel pueblo de tierras sanas y gente especial,
donde anda mi rincón escondido
a un mundo de la prisa prisionero.

En la “Venta la Montaña”… donde uno se deja llevar,
se va sin ninguna prisa y se llega para respirar,
todos aquellos aromas y caldos
que hacen de la vida milagro y de mi rincón ese algo,
que ni enterrado un cuerpo podría desechar.

Un día, haré un poema a las croquetas
y los postres de aquella venta
donde toda familia es amablemente acogida.
Un día de estos, me levantaré de fuera hacia adentro
para hacer propìa toda aquella tierra,
aquel gran pueblo, y esa venta tan, tan querida,
que aún hoy corre por mis venas llenas de lejanía.

-Qué me pido, que me pido-,
me decía siempre y nunca al oído,
mientras agua se me hacía la boca
sabiendo cuantísimo bueno me esperaba dentro.






Este poema va dedicado a un restaurante familiar "Venta la Montaña", sito en la localidad de Benimantell (Alicante), un magnífico entorno de aire y agua limpios y gente buena, en el que he comido, cenado y tapeado muchísimas veces, por lo que sí lo recomiendo, es por causa más que probada, y no solo por su gran cónica, también, por su trato, exquisito en todos sus términos. 






viernes, 21 de octubre de 2016

El paso del tiempo.





Para mí, son un claro ejemplo de vida. Dudo que alguien no recuerde  cuando empezaron a aparecerle. Finos, tímidos y bastante alejados entre sí, luego ganarían confianza y como la unión hace la fuerza, se vendrían arriba con tanta potencia que se retorcían sobre sí mismos formando una espesura y grosor tal, que los transformaría en una especie de mullido vergel. Al brincar los cuarenta empieza la piel a clarear por aquí y por allá, y los que subsisten, son bastantes los que  empiezan a cambiar de tonalidad, la mayoría se relajan tanto que aquello que fue un compacto y fornido rizo, pasa a ser un algo largo, soso y puntiagudo… más del tipo púa de erizo atropellado seis veces por el mismo camión, que de feliz erizo trotador de sembrados.

Estoy convencido que los pelos de los genitales son un acertado ejemplo del desgaste al que  la vida nos obliga, sin ir más lejos, con aquello de la moda íntima. Los elásticos apretujados recogen todo muy bien, demasiado bien diría yo. Y como esos pobres inocentes presos por la presión son incapaces de aguantar las fuerzas a las que son sometidos al caminar, correr o brincar ¡CRACS! Anda que no se ven bien las víctimas con cada cambio de calzoncillo, o en las sabanas si se duerme a pelo (nunca mejor dicho). Las esponjas duras y ásperas que según se dice ayudan a la circulación y evitan que esos mismos pelillos se queden bajo la piel, son otra de las armas que en silencio nos despeluchan con el tiempo.

¿Quién no se ha tragado alguna vez uno de aquellos fornidos? y se ha tirado días con él enganchado al galillo que ni para afuera ni para adentro. –Nene, tómate una miguita de pan a ver si…- decía la abuela, pensando la mujer que se trataba de una espina del lenguado, y ni pan ni na de na. En aquellos entonces eran vigorosos, enroscados y rebeldes, podían con la miguita de pan y con todo, tenían personalidad propia. En cambio hoy, les miro y me recuerdan a las cerdas de un cepillo de dientes desgastado al extremo… ¡qué cosa fea copón! Creo que si me pongo a ello podría contarlos sin confundirme antes de cansarme de estar con el cuello  para abajo o que la mujer interviniera. -¿Qué leches haces?- preguntaría con cara de “tío más tonto coño” al verme sumando todo aquello.

Supongo que gran parte de la pérdida de ese vello, en el caso del hombre por lo menos, es también debida a ese bestial padecimiento del hombre tan incomprendido por el sexo femenino, hablo del fatal y horroroso picor de huevos. Sí, estoy seguro que mis uñas han arrancado de raíz a más de ellos, de los que la edad por si sola ha logrado dejar atrás. Recuerdo un día, estaba en el cine con la mujer cuando escuche como si arañaran cuero seco, y grite –te estás quedando a gusto eh- por detrás de mí, a varias filas calcule, alguien me respondió –oh oh ohhh ya te digoooo tío, ya te digo-

A las mujeres siempre les ha parecido una ordinariez, a unas buenas, un poco agraciado acto reflejo. Pero nada más lejos de la realidad, los hombres lo vemos como una obligada necesidad ya que cuando pican ufff, pican de cojones, y de ahí la terminología.

La mitad de veces que un hombre, estando en buena compañía ha dicho algo así como que se caga y ha salió por patas. ¡Mentira! esa es la excusa perfecta para perderse y rascarse todo aquello sin miradas de desaprobación.

Recuero… ahora mismito me ha venido a la mente, tendría yo catorce años o así, en uno de aquellos  veranos de convivencia en la sierra de Cazorla, conocí a una holandesita de mi misma edad, su nombre era impronunciable, pero ella era un bomboncito de piel blanca con infinidad de pecas, ojos claros y pelirroja como el cobre a cuerpo entero.

La pelambrera de su coño crujía al tocarla como esos estropajos de metal que sirven para frotar la grasa más rebelde de las cacerolas, hasta llegue a cortarme con uno de ellos cuando a toda velocidad saque mi mano de debajo de su falda al acercarse un monitor por la espada. Aquel afilado alambre en forma de pelo se me había enredado en un dedo y del tirón me lo lleve puesto, ella tan solo, abrió bastante más de lo normal sus ojos y dijo algo así como un -¡Ups!- pero el que sangro, poco, pero sangro, fui yo. Por suerte el monitor no se dio, o no quiso, cuenta y, pasó de largo, rápidamente me chuperretee la sangre de aquel pequeño corte y seguía disfrutando de su estropajo, ¡bueno! de su prieto, mullido, y peligroso coñito.

¡Madre mía!, ahora pensando… si el pelo que lleve varios días en el galillo, ya saben, el de -toma una miga de pan a ver si- llega a ser de mí holandesita, no tengo tan claro que mi vida fuera hoy la misma, pues posiblemente hubieran tenido que practicar una traqueotomía, y en aquellos días y a mitad de monte…no sé yo eh, no sé, no sé.

Pues eso, que los pelos íntimos, como el cambio de marchas y el volante de nuestro coche, son el más fiel reflejo de los años que tenemos.





jueves, 20 de octubre de 2016

Al llegar la noche.




Ronco gemido
que ya, te haces noche.

Tras la puerta
y sobre una cama,
…entrelazadas
nuestras piernas.
Allí, donde la vida
se siente y concentra.

En tus décimas vivo
y  muero
si por alguna razón
no te contemplo.

¡Brava!, brava
aquella pasión
que se desborda
siendo solo.
Imaginación,
un tal vez 
del sueño
sin propietario
que nos dice,
y nos grita,
y nos miente.

Sobre ese ahora
que en sus labios
se hace mazmorra,
…en aquel adiós
que maldice y llora
al que la noche
me acerca
y en ella me ahoga,
…como Dios
y como persona.

Al llegar la noche,
me siento caníbal de sombras
y mártir de un escueto silencio.
Al llegar ella, me estremezco
y creo, que hasta crezco.



viernes, 14 de octubre de 2016

Fingirse.





Me creo enfermo no porque me duela
nada, sino, por pensar como pienso.
Pues a muchos me encantaría ver
no solo muertos, también, en fosas
comunes donde ni el silencio
acaricie aquello que fuera,
lo que pudra  sus cuerpos.

Hoy, hasta me siento culpable al haber escrito
cosas antes de que la muerte hiciera sus deberes.

Y entre lo uno y lo otro
he llorado sin saberme portador de daño.
Tal vez soy lo peor que el mundo ha dado
y nunca conocerá, al tenerme
encerrado en esa muda bacanal que nos obliga
a caminar y olvidar.

Es peor no saber si sentirse criminal,
a serlo sabiéndose mortal.

Me gusta la lluvia, la tormenta,
los cielos grises y negros,
creo que también, las calaveras y el infierno.
La luna, las estrellas y el silencio
de nuestro maldito universo.
Me gusta mucho para lo que creo sentir
en estas manos vacías,
en este corazón de plomo,
en esas venas donde me asomo.

No saberme enfermo no me ayuda a vivir,
pero si puedo gritar para decir,
que prefiero ser señalado por pensar lo que pienso,
a serlo por callar y fingir.























jueves, 13 de octubre de 2016

Un grato encuentro virtual.

En ocasiones uno se lleva gratas sorpresas, no económicas, vale, pero gratas en verdad, como hoy, donde Francis Morell, el artista que firma el dibujo de la fotografía, me ha presentado a Esther Abellán, una inquieta poeta con personalidad PROPIA, lo que siempre es de agradecer, y mucho mucho. He leído algunos de sus trabajos, y puedo decir sin verme obligado a mentir, que me han gustado mucho, tanto, que me van a permitir (y sino, también) a compartir uno de ellos. 
En un mundo, donde las caricias 
se tornan un bien preciado,
eximo mi responsabilidad de pájaro
buscando un cielo sin agujeros.
un lugar sagrado
donde la sangre sólo caliente mi cuerpo,
haciendo florecer los rosales
de los jardines llenos de soledad.
Y así, recorriendo los arcos
del dominio de los hombres libres,
dormitar tranquila debajo de un almendro. 

Esther Abellán Rodes.

viernes, 7 de octubre de 2016

Pasos mecanizados.





Aires subcontratados
prefabrican la historia
de mi costado.

De aluminio las estrellas,
en cartón piedra los
valles y los prados.
Yeso y cemento hacen
al humano por completo.
Y de cobre rebajado,
los mares y los océanos.

Negros restos
que alejan mis manos.

Pasos mecanizados,
abren ante mí
caminos asfaltados,
puentes y aceras
que otros pintan
y otros cuelgan.

Manejan los barrancos,
deciden donde poner acantilados,
donde reventar volcanes o
sufrir vendavales.

Que jodido se me hace madurar,
explicar y comprender,
cómo lían absurdamente
el final.

Cuesta arriba,
descalzos en una senda
de puntiaguda rocalla,
nos hacen caminar
aquellos pasos sin libertad.