No quiero borrar fantasmas de carbonilla
en cumbres y orillas de paja,
en extremos de ira.
Cartones y bolsas de cordura vacía,
niegan a la voz el lamento, el adiós,
el nombre de toda religión.
Sorbe un cuerpo de versos mi aliento.
Colina de aullidos bruscos y sinceros,
salpican cienos a la paz y el viento.
Dime al oído aquello,
aquello tan lleno y vivido,
que mis lágrimas cobraron del eco un
sentido.
Desordenado,
agoniza el infierno en su laberinto
de lapidas sin muerto.
Uno tras del otro,
sobre un seco camino que abren cornetas,
tambores y desportillados violines,
seguimos esperando el poema de pasión y
dulce sabor.
Tú, tú, reloj de arena,
de momento y oportunidad.
Tú, insinuación de pecado, de sentir, de
voz,
del milagro sin Dios.
Ante mí, a mis pies,
a la sombra del odio y el rencor.
Tú, mortal caducado,
no serás jamás opción
en la soledad infiel de mi voluntad.
No quiero, grito, me niego, golpeo,
rechazo y escupo si es preciso.
Insuficientes,
mortifican mis instantáneas
en rincones que se creen alma.
Ratos que sumergen mi nada
y, tú, inspiración universal,
tú, que falleces en la desidia acumulada.
Tú, porquería naufraga de palabra.
Reversos sin fortuna de aura mundana,
revolotean enriquecidos por soplos
de ancestrales glorias oxidadas.
En la sutilidad de su silencio, se
esparcen sentimientos,
todos y cada uno de mis inconclusos
pensamientos.
Todos y cada uno,
de mis vulgares momentos.
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