-Qué me pido, que me
pido-,
me decía siempre al
apartar la cortinilla
que daba paso al
recreo de mis sentidos.
Entre buena gente y
mejor yantar,
he crecido y madurado
con ratitos entre cortos y largos,
que más que recuerdo,
son en esta carne un constante soñar,
al derretirse entre los
labios e inundar el paladar,
sin que mis ojos se
hayan cerrado ni mi voz pueda con más.
En Benimantell, donde
he corrido más que andado
y brincado más que
llorado, tengo un rincón tan mío
como de sus gentes es
mi recuerdo con su final y su comienzo.
Y es allí, en aquel
pueblo de tierras sanas y gente especial,
donde anda mi rincón escondido
a un mundo de la
prisa prisionero.
En la “Venta la Montaña”…
donde uno se deja llevar,
se va sin ninguna prisa
y se llega para respirar,
todos aquellos aromas
y caldos
que hacen de la vida
milagro y de mi rincón ese algo,
que ni enterrado un
cuerpo podría desechar.
Un día, haré un poema
a las croquetas
y los postres de
aquella venta
donde toda familia es
amablemente acogida.
Un día de estos, me levantaré de fuera hacia adentro
para hacer propìa toda
aquella tierra,
aquel gran pueblo, y esa
venta tan, tan querida,
que aún hoy corre por
mis venas llenas de lejanía.
-Qué me pido, que me
pido-,
me decía siempre y
nunca al oído,
mientras agua se me hacía la boca
sabiendo cuantísimo bueno
me esperaba dentro.
Este poema va dedicado a un restaurante familiar "Venta la Montaña", sito en la localidad de Benimantell (Alicante), un magnífico entorno de aire y agua limpios y gente buena, en el que he comido, cenado y tapeado muchísimas veces, por lo que sí lo recomiendo, es por causa más que probada, y no solo por su gran cónica, también, por su trato, exquisito en todos sus términos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario