Cuan lagunas de calma memoria,
el Mediterráneo hasta el coño,
deja ahogar en sus espumas,
el grito y el sollozo.
Más nadie hace nada, todos prestan sus
espaldas,
que la vida de otros no duele,
aunque en ellos se refleje nuestra muerte.
A la orilla de mi playa
mil cadáveres las olas han traído,
entre ellos hay mujeres
y también niños.
La vergüenza me hace humano,
y el odio bendito, más no entienden las
almas,
como se compran los auxilios.
A mí también me duele la tierra,
y me pare el pesimismo.
A mi sus gritos inocentes me llegan
y, solo puedo decirlo.
Ataúdes de hierro en el agua
hacen de la vida infierno,
en esa única esperanza
que llena de páginas mis lagrimas.
A la memoria de aquellos que buscando
poner a salvo sus familias, han dejado sus vidas en las aguas de mi
Mediterráneo, sin que ningún pez gordo, sin que ningún estado, hagan lo más
mínimo por evitarlo.