En una cima que se dice de
poder
pero no palpita y al tiempo
jamás evita,
se apilan hombres y se apilan
alimañas
como si fuera una la sangre
y de todos propia la misma
entraña.
En esa cima que se dice y desdice,
llena de oro y contactos que se hacen los sordos.
Fallece lo que somos con la
avaricia
que se lleva a lomos, y esa
tonta envidia
que nos divide y aleja, porque
vivir es poco
y matar vale la pena.
Hay quien nace para atesorar,
odiar y odiarse,
y quienes lo hacen por respirar
un poco de aire.
Y en aquella cima donde el
poder se pudre
como sus carnes y su ser
egoísta,
los hombres y las alimañas se
corren y paren
sobre propios y ajenos bienes
materiales.
Prefiero andar lejos de la cima
donde todos se restriegan la
picha
como si en el mundo no
hubiera más,
que aquel aliento corrompido
que se gastan
las voces vacías con las que
susurran,
sin que sus ojos digan o sus
oídos escuchen.
Tras de cualquier esquina me
gusta expresar,
con la sensatez de saberme y el
afán de mi gritar.
Cuánta y cuánta es la pena que
me dan,
quienes aún respirando son
cadáveres de su realidad,
que allá, sobre su lujosa cima,
donde piensan que nunca morirán,
les pudre mente y alma sin que
sepan cómo parar.
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