domingo, 31 de diciembre de 2017

Trocito de la novela (por editar un día de estos...espero) De azul turquesa a verde.





...Ahora con mi edad resulta que soy un viejo verde, así me llama por lo menos Isabel, la niña del Palmi ¡menuda calienta braguetas la niñita los cojones! Cada vez que paso hacerme un café y me atiende ella, con esos escotes que se calza y esa pinta puta que Dios le ha dado y ella realza. Me dice lo mismo, y eso que yo, tan cortés como siempre,  sólo le digo, y por lo bajito. Que el Palmi tiene un pronto muy chungo y una oreja en verdad fina. El polvo que le metía. Pero que vamos, yo, y medio pueblo.  Y por ello me dice, por lo bajito también y con una sonría de oreja a oreja. Que soy viejo verde. Por lo visto uno solo pasa a ser verde cuando es lo suficientemente viejo como para que los pellejos, como las orejas y los huevos, cuelguen y hasta balanceen. Pero cuando uno es como yo y toda la vida ha estado tan salido… ¿de qué color era antes? Yo me decantaría que azul turquesa, aunque claro, claro, no me queda. Si, para Isabel, e imagino que para otras muchas, tan solo soy un decrépito viejo verde, y la verdad, me la suda. Anda que no le vino bien a Isabel este viejo verde hará ya para dos años, cuando me la encontré por la calle bastante apurada, diría, que hasta agobiada. La calienta braguetas tendría entonces unos veinte años y por lo visto le faltaban cincuenta euros para el teléfono móvil que tanto quería. Todos sabemos que el Palmi es del puño cerrado, pero cerrado, cerrado. Vi la oportunidad y probé, le dije que yo le daba esos cincuenta euros, pero a cambio de follar. Ni se lo pensó, dijo que sí, pero como no me terminaba de fiar, me la lleve a casa, y ya allí, le solté la pasta. Y esa que hoy me tacha de viejo verde, me comió bien comida la polla antes de que la follara a lo misionero en la cama, y terminará corriéndome sobre su cara. ¡Cincuenta euros de mierda! hubiera pagado doscientos, pero eso no se lo dije jamás, ya que quién sabe cuándo podría precisar cambiar de móvil, y oye, a lo mejor. Tras aquello y después de ducharnos por separado, la baje de nuevo al pueblo...

viernes, 29 de diciembre de 2017

....fragmento.



...sobre mí,
sentí la calidez,
estabas aquí,
no era un sueño.
¿O si?
Siguieron mis brazos
balanceando espacios,
mi boca, sellada,
quería pedir y pedir,
de poder, tu sentir,
para lo cual,
solo deseaba
morir.





lunes, 18 de diciembre de 2017

De ayer a hoy.



Corta es la memoria 
en el recuerdo de las fosas. 

Ni dolor, ni lastima 
se acumulan en esas hondas y primeras 
que, sin culpa y sin pena, se tintan con las sombras
que arrancaran a la carne la vida 
y, en el olvido, sumergen la alegría. 

martes, 12 de diciembre de 2017

Dos que en uno convergen.





En cada comienzo un aliento,
en cada vida un complejo,
en cada pecho un suspiro,
y en cada sueño, dos minutos.

Y… en cada te quiero, cielos que padecen
pero también se eternizan, sueldan al aire sus tripas
y al corazón, el resto de la vida.

En un diciembre que hasta entonces
podía ser otro cualquiera,
dos que por siempre en uno quedan
ríen con la misma gana que las estrellas
y las almas, que las musas y de su pueblo,
palmas verdes y blancas

Por delante, lo que siempre queda,
un camino del que nada sabe y todo se espera,
del que todos hablan sin saber una mierda,
al que ellos susurran y algunos pocos, aplauden.

Un camino, como diría el que suscribe.
Pa echarle cojones y, todo el cariño 
que nos hace mujer, y hombre, y destino.




Mis mejores deseos para Pedro y Desiree, dos, que en uno convergen en este diciembre de 2017.


lunes, 4 de diciembre de 2017

Qué tiempos aquellos.




Como mueren los capitanes,
con el acero en mano
y la cabeza alta, caerán mis sangres,
mis brazos y austero. ¡Bravo!

Como ellos, héroes del tebeo,
me sentí hace mucho.
Montañas de arena hacían mi castillo,
y mi coraza, un pechito menudo.

No perdía los días, les vencía,
como a la mismísima muerte
lo hacen aquellas noches sumergidas.

Era eterno, desconocedor del miedo,
todo alma, orgullo, sentimiento,
un halcón mecido por el viento,
y también, ese torito negro, y puro, y tierno.

Sobre mi fortaleza de arena
la fuerza que ya, de mi reniega,
nacía sin morir en vena,
como lo siguen haciendo las  primaveras.

Que tiempos hermanos míos.
¡Qué tiempos aquellos!
donde sin darnos cuenta tanto nos quisimos.
…que tiempos, que tiempos todos aquellos.





A mis cuatro hermanos.



martes, 28 de noviembre de 2017

Pues sí, sí.




En casa lo que más se gasta es leche (yo apenas la cato), latas de atún, pasta de dientes y papel higiénico… aún no se qué, pero seguro que esto, quiere decir algo. 

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Que extraño es el amor.




Que extraño es eso del amor, cuando crees que lo tienes,
como el aire indomable se te escapa de la mano
dejando descalza de gana toda aquella ilusión
con la que cada mañana, uno levantaba.

Que sensación tan extraña esa que te hace morir
porque alguien se marcha,
esa, donde el mundo  se derrumba, aquella donde por fin
notas  el hueco que por dentro llora
ahogando de silencios el poco peso del alma.

El amor es tan vital como amargo, tan de ayer como de mañana,
algo tan deseado como extraño y tan fuerte como la montaña.

Por mucho que se piense nunca se desarma,
mas que con ese dolor que no dice nada
y las palabras que fueran de pasados, esperanza.

Yo, me lo pido y con ansia lo guardo
bajo un pecho y sobre las mil lágrimas,
donde todos fueron y todos serán
de mi vida, costumbre, luz, y nostalgia.

Que extraño es el amor y que ruin lo es la muerte,
ladrona que nunca perdona y que al hombre,
como a la mujer, de oscuridades asola.
Dejando huérfanas las manos, los besos,
las alegrías y ese amanecer
con el que cada día se sueña y cada noche atormenta,
sin que tras de nosotros se escuche abrir aquella puerta
por la que entraba el amor que con nombre y apellido,
nos bañaba de olores, risas y suspiros.

Que extraño es el amor que nadie ha visto y tantos sentimos,
en ese yugo que adormece los sentidos cuando nos deja a solas
con unas pocas fotos y demasiados minutos. 

lunes, 20 de noviembre de 2017

Esa, no fue mi guerra.




      

     El teniente de ingenieros Mackenzie estaba a no más de quince o veinte metros de mí  cuando un proyectil le entró por un lado de la cabeza y le salió por el cuello, cayó al suelo como una piedra. Aún corríamos en busca de resguardo cuando pude verle convulsionando boca abajo sobre aquella helada y hostil tierra. Las posiciones alemanas, mucho más elevadas que las nuestras, y aquellos campos llenos de minas, nos hacían el blanco perfecto. Se solicitó fuego de artillería, nadie vio al francotirador, pero estaba y seguía entre aquellas rocas altas.

Un cuarto de hora más tarde, con la montaña supuestamente barrida por las bombas aliadas, volvimos a buscar minas con el fin de abrir un camino a las tropas. Finalmente, poco antes de que cayera la noche y tras dos nuevos bombardeos intensivos sobre territorio enemigo, despejamos una senda que se marco en blanco para que fuera cruzada por los algunos soldados de manera segura, poco a poco se iría limpiando de minas más terreno para el paso de los carros.

El comandante Low, uno de los pocos y valiosos oficiales que nos quedaban vivos, cogió una veintena de hombres, cargados hasta arriba con los botes neumáticos y con él a la cabeza, se dispusieron a cruzar el campo de minas. La intención era llegar hasta el río y pese su crecida por el deshielo, cruzarlo y afianzar la posición al otro lado. Pero, pese a la luna llena la senda marcada de antemano no era tan visible en la oscuridad y el comandante, que se salió de la línea, piso una mina. Su pierna derecha quedó tan destrozada que hubo de amputarla mucho más arriba de lo que venía siendo lo habitual con aquellos artefactos creados precisamente para mal herir y no matar, ya que los muertos no retrasan tanto la marcha como los heridos.

Tras la explosión, seis bengalas verdes iluminaron el cielo y tras ellas fuego de ametralladoras y morteros. Cuatro hombres con su comandante arrastras lograron regresar sobre sus pasos, otros cinco lograron llegar al río, el resto perecieron en mitad de aquel terreno plagado de minas. La artillería amiga volvió a barrer aquellas infernales montañas y poco después se volvió hacer el silencio, ese, que en ocasiones daba más miedo que el infernal ruido de las explosiones.

A la mañana siguiente, tras un nuevo e incesante bombardeo sobre las posiciones alemanas, se logró llegar a la orilla de aquel sucio y frío río, no muy lejos los unos de los otros encontramos los cinco cadáveres de nuestros compañeros. Un tiro, un soldado, habían sido borrados de la faz de la tierra por los francotiradores que ocultos en la noche salían para darnos caza. El cabo Robert, de treinta años y vecino de  Liverpool, murió desangrado a unos metros de donde le habían dado, la marca de su cuerpo arrastrándose y, sus congelados dedos sin uñas y completamente ensangrentados, eran la prueba de lo mal que tuvo que pasarlo aquel buen hombre.

El ridículo de los franceses defendiendo su tierra en esta  guerra de mierda, hacía que los pocos que todavía luchaban lo hicieran con la gana de resarcirse y recobrar cierto honor,. Aunque el resto de aliados eran reticentes, siempre se ha dado bien al humano generalizar. Recuerdo a mi capitán decir en infinidad de ocasiones que los franceses solo valían para hacer trincheras. La insistencia de su general, Sr. Juin, en que fuera sus tropas las encargadas, una vez cruzado el río, de tomar la montaña, terminó por ser escuchada y este ordenó un ataque frontal que otros vieron como un suicidio. Aunque al fin y a la postre, sería el suicidio de esos que ni su tierra habían sabido proteger cuando todos les consideraban una potencia militar. Vamos, que si caían pero por lo menos se llevaban a algunos por delante, algo sería algo, y eso, siempre es más que nada.

El general Juin había conseguido reclutar unos miles de hombres entre fugados de la propia Francia y tropas de sus colonias y protectorados en el norte de áfrica. De esta manera, tunecinos, marroquíes y argelinos llegaron a sorprender al resto de aliados bajo la bandera francesa. Estos soldados llegaron a adentrarse siete kilómetros en territorio ocupado dejado tras de sí muchos soldados pasados por bayoneta, es decir, que tomaron posiciones luchandolas cuerpo a cuerpo, a la vieja usanza. Pero aquellos mal nacidos por igual dejaban alemanes muertos que mujeres violadas mientras al resto de su familia les encañonaron para evitar que se movieran. –Todo tiene su precio- escuche decir a algunos de nuestros hombres. Yo no lo creo y muy al contrario, me avergüenzo, yo no estaba en aquella guerra para violar a mujeres indefensas e inocentes a las que se supone íbamos a liberar del yugo fascista. De lo mucho y horroroso que recuerdo de la guerra y en concreto de la toma de Monte Cassino, me atormenta la cara de aquel padre, un simple agricultor que no hizo jamás daño a nadie, cuando impotente vio morir entre sus brazos a su niña de doce años por culpa de la hemorragia que le provocó la violación masiva de aquellos salvajes. Allí, ante la cara desencajada de aquel hombre, me di cuenta que me equivoque de guerra.

1º premio concurso de relatos "Con un arma en la mano" 2015. 


miércoles, 15 de noviembre de 2017

Palabras vacías.




Palabras planas son todas aquellas que se amontonan en el alma
como lo hace la mismísima pena en cualquier campo santo,
son esas que sin uña se agarran para decir siempre lo mismo,
las que no gritan por evitar molestar en los oídos,
las que nunca flotan y pese llamarse buenas, jamás perdonan.

Y yo, yo no quiero llenar mis huecos de ellas,
yo lo que quiero es que al levantar los brazos el aire los mueva
con la misma liberad que han de moverse aquellas otras palabras,
que a medias o eternamente completas,
salen sin ser medidas y, sin ser medidas,
caminan en busca de la realidad, de su esencia.

Las palabras planas son las que dicen, y dicen,
pero aburren hasta las piedras, que duras como el abismo de su miseria
se dejan perder como se pierde la tierra, entre aquellos ecos
que sin quererlo perecieran en bocas y manos mudas de ellas.

Hoy, al salir a la calle el frío me acarició la nuca,
me he subido la solapa de la chaqueta, y ese frío,
como si jamás existiera, ha desaparecido como con la muerte
lo hace aquella dura pena, al sentir bajo sus alas 
palabras que quisieran y nunca lo fueran.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Casi siempre...




Casi siempre nos vestimos tanto por fuera como lo hacemos por dentro,
porque aun cuando no lo queramos reconocer, tenemos miedo.

Miedo, a ser distintos, a que vean a través de nuestras alas de cristal y tiempo,
todo lo que somos, lo que queremos, lo que rezamos.
Rara vez sentimos el aire en la cara por culpa de la mascara
con la que nos mostramos al mundo, sin que a este, le importe eso mucho.

Somos todo lo que ocultamos y casi nada de lo que ensañamos,
porque pensamos que así la vida nos será más fácil.

Con la familia y en torno a los cuatro amigos, gritamos,
porque es allí, y solo allí, donde por fin nos despojamos de ese disfraz
oscuro que nos colocamos,
y todo, porque creemos que pensamos.

Y por eso, por no nos molestarnos en ser quienes somos,
morimos encerrados donde nadie cabe, donde nada queda, donde la vida así mismo,

 despacito, despacito… se entierra. 

miércoles, 8 de noviembre de 2017

la picha y sus cosillas.


“El que tiene la picha más larga es el que más folla” esta frase del tipo símil del genero bravuconada empresarial, la he escuchado decir en demasiadas ocasiones a esa gente prepotente y cortita, por lo normal, empresarios del tipo chichinabo, a veces incluso, ni a estos, sino a sus encargaditos. Demostrando hasta qué punto el tonto se supera con el tiempo. Lo penoso de esto, ya no es lo ridículo de la frase en sí misma, si no, el total desconocimiento del que lo dice a boca llena, sobre que, hasta los que la tienen pequeña, follar, follan. ¿Menos? es posible, pero follan. En fin, el increíble mundo de la picha, ese colgajo que pese carecer de sesos, anda tan peligrosamente cerca de los huevos, que a lo mejor por eso… a lo mejor por eso.  ¡Ay, ayyy ay! si les contara lo que yo con esta modestia que me cuelga he sido capaz de follar... las manos a la cabeza se echarían todos aquellos que tan larga la tienen, fijo, pero que vamos, fijo, fijo. 

lunes, 6 de noviembre de 2017

Hilando decepciones.





Me duele
la desbordada ignorancia,
el déspota atrevimiento.
Me dañan no pocas palabras
arrastradas en su concreto tiempo.

Me duele,
duele muy dentro,
el homicida descaro
con que se apuñala
a los desahuciados.

Sin  coherencia merecida
tragamos lo que una
Europa lejana y egoísta
dicta caprichosa.
Mientras que en casa
nos venden el alma
disecada y podrida
con el polvo de la avaricia
y la mentira.

Un trabajo para vivir,
para pagar y tratar de estar en paz.
Un techo que permita calentar,
unos minutos donde reír,
donde soñar y cantar.

¡Tan difícil es!
¡Tan irracional!

Cuan calentitos van aquellos
que en sus peldaños de oro viejo,
ni ven los ojos a la pena, ni son capaces de notar el alma
mientras su pueblo sin trabajo ve perder el hogar
que antes fuera del padre y la madre que ya no están,
y por lo menos, se evitan llorar.



2º Premio de poesía categoría 3 (adultos) en el XX concurso fiesta internacional del trabajador.






martes, 31 de octubre de 2017

De mi próxima novela. De azul turquesa a verde. Que sera erótica y puede, que algo más.




...Yo no he sido nunca de poner nombre a mi polla, ¿estoy orgulloso de ella? Mucho, pero de eso a bautizarla… creo que ponerle nombre es un horterada casi tan gorda, como poner en el culo del coche tu nombre y el de ella. Tengo amigos que si, el que no la llamaba terminetitor, la llamaba predeitor o hermanito salvaje. Por originalidad se salvaban Isidro y Toño. El primero la llamaba Calimero y el segundo Damián. Jamás supimos lo de Damián a santo de qué, y es que Toño para algunas cosas era muy suyo. Yo nunca salí de polla, cipote, picha, pene o badajo ¡vamos! lo normal. Lo normal,  y creo que más que suficiente para algo que al fin y al cabo, es lo que es y da para lo que da. Que fue bastante, es posible, que hasta mucho… me refiero a lo que a mí por lo menos me dio de sí. Y aunque cada día es menos, algo me sigue dando de sí. ¡Benditas pastillitas! Donde más servicios me cubrió y con un éxito arrollador, me atrevería a decir, que hasta sacando matrícula de honor. Fue en mi primer coche, un maravilloso Seat 1430 de tercera mano con el techo blanco y el resto en un preciso azul marino. Aquel bicho tiraba de lujo y su espacio era magnífico, atrás podían follar tres o cuatro sin problema. Aunque mejor se follaba en el Seat 1500 de mi viejo, pero cualquiera se lo pedía para manejarse con una niña allí adentro. ¡Joer! pues no era nadie papá para con la limpieza de su coche. Si se te caía un pelo, lo encontraba, y si el color o textura distaba de los de la casa, era capaz de interrogarnos uno por uno hasta averiguar cómo aquello pudo llegar allí. Quita, quita, mucho mejor en mi propio carro. El coche para un hombre, o por lo menos para cuando uno empieza a notarse hombre, es como su castillo, tú entras allí dentro, cierras la puerta, ¡y che!, el amo del mundo. Si encima llevas musiquita de la buena, buena. O sea, de los setenta y ochenta… como mucho, mucho, primeros de los noventa. ¡Búa! ¿ qué más? Anda que no habré chingado yo a ritmo de Fangoria...

lunes, 30 de octubre de 2017

Artes marciales.



Porque si, las marciales, son un arte.



El saber defenderse, que no agredir, es un derecho de todos y, en muchas ocasiones, más de las que seria lo ideal, una bendición que nos puede evitar algún que otro disgusto. Cuando la gente que nunca ha practicado alguna de las muchas disciplinas que componen las artes marciales escucha hablar de estas, tiende a imaginarlas como algo inalcanzable, lejano. Algo, tan solo al alcance de los que llevan mucho practicándolas, a los que por lo normal tendemos a imaginar como gente fuerte y muy, muy deportista.

A ver, una cosa es tener unas nociones básicas de defensa, y otra muy distinta, es practicar este deporte de manera continua. Ejemplo, a muchos nos agrada la cónica y no esta en nuestra intención trabajar de chef en la vida. Pero ¿a que mola saber moverse entre los fogones? pues el mismo gusto da saber como actuar ante una agresión. Y para eso, no es preciso ser un maestro en las artes marciales. 



Cada día más, asociaciones de amas de casa, de padres de alumnos e incluso vecinales, apuestan por contratar a un profesional de dichas artes para impartir algunas clases y ofrecer consejos a quienes sin practicarlas de manera continua, incluso, personas que no hacen ningún deporte, quieren saber que hacer en según qué circunstancias. A fecha de actual y por menos de 30 euros, todos tenemos en nuestra mano la posibilidad de aprender las nociones básicas que podrían marcar la diferencia a la hora de evitar un mal trago. Y es aquí, porque le conozco y me parece tan grande como persona como profesional, donde voy a hablarles de D. Matias Luque. Cinturón negro 2º Dan e instructor internacional de Okuden Kyusho Jitsu. Instructor de B.T.C Self Defense (Bolígrafo táctico de combate). Monitor de Kali/Eskrima/Arnis y cinturón negro de Aikido.



Matias lleva dedicándose profesionalmente al mundo de las artes marciales 20 años, regenta la academia "Okuden Academy" en la vecina localidad de Santa Pola, impartiendo clases de todas sus especialidades y, ofreciendo de manera puntual talleres de defensa personal.  VIDEO

Si tenemos claro que para saber defenderse no siempre el musculo es lo primordial, ya que con algo de cerebro (que viene de serie), y técnica, que una vez que se sabe se puede practicar en casa. Me da, que ya no hay justificación que valga que nos impida aprender ese poquito que nunca se sabe cuando o porqué, nos puede hacer tanto bien. 

https://www.facebook.com/okudenacademy/?ref=br_rs 

Ese es el enlace por si les atrae la idea para contratar clases particulares, o porqué no, para organizar algún curso en su comunidad de vecinos, colegio o asociación. 

domingo, 29 de octubre de 2017

¡Che! ¿Y si nos vamos yendo un poco así, como a la puta mierda?


No cabe, ni  en la cabeza de conocimiento contado y justo,
otro final que no pase por diñarla el día que menos te vas a pensar.
Pese a ello, somos tan sumamente gilipollas
que nos seguimos llevando mal,
cuando tan sólo, hay una oportunidad.

A ver quién es el listo que me dice lo contrario
viendo el mundo como esta,
lleno de gallitos mal paridos cuyo fin es asesinar,
por esa fe ridícula que hace del extremo voluntad,
y al vecino. Rival, salvaje y criminal.

¿Que me dicen del fútbol? deporte nada más,
que nos inyecta en la tripa aquello que es de todo menos imparcialidad,
dando al tonto alas para sentenciar,
al que golpea la pelota en dirección distinta
o al que con un pito hace empezar, y hace parar.

El mundo de cada uno terminara por igual, en un soplo de aire,
pero eso da igual, mientras hay vida hay esperanza,
y odio, maldad, envidia, ignorancia, y cosas a las que follar.
Así pues ¡jodamos! Jodamos al de enfrente, que morir, morirá,
pero que lo haga antes y peor... ¿consuelo de tontos? si, pero consuelo. 

Con tanto ombligo hinchado y tanta razón sin meditar,
nos seguiremos matando por aquello de adelantar
lo que sin duda, nos ha de llegar.
Porque la vida es fantástica y, la naturaleza con toda su inmensidad,
pero el hombre es idiota y da para poco más,
que aprender a sacarse los mocos con la mano que no le han de cortar.

Es posible que no se me note,
pero estoy cansado de tanta gilipollez sin depilar.
La vergüenza me somete según madura mi edad, y en ella,
atado de pies y manos, a bien solo mi lengua dejan andar,
hacia aquellos inclinados acantilados donde el fin no comienza
y la muerte viste igual, al idiota con corbata que al listo con alpargata. 

martes, 24 de octubre de 2017

Un trocito de la novela que solo esta a la venta en Amazon. De naturaleza tocapelotas




...Pipo, mi chucho, es un chihuahua color chocolate con un brillo de pelo impresionante que me regaló un cliente. No se parece a los padres en nada. Ni color, ni tamaño, tal vez en carácter. Este nos salió cachas para los cánones de la raza, no sabemos si por genes de antepasados, la alimentación casera que se lleva sí o sí con aquello de -Uuuyyyy que lastimita, mira, mira como me mira, que ricooooo- ¡No sabe na el chucho los cojones!
Un encanto de animal en casa y un demonio en la calle. Exactamente lo contrario a Paqui. Cuando ve a otro perro (me refiero a Pipo) se eriza de cabeza a rabo, sus ojos y orejas se le ponen de un rojo ensangrentado, arrancándose para ellos como un caníbal hambriento tras dejarse la dieta de lombrices, ladrando y mostrando los dientes.
Se dice que los perros que se parecen a sus dueños. La verdad es que Pipo en cuanto a lo imponente de su porte, lo demandado que es como semental, muy bien podría ser identificado conmigo. Pese a su discreto tamaño, ya lo conoce todo el barrio, tiene a la mitad de la peña acojonada. Unos, “entendidos” en psicología canina desde que vieron cierto programa de televisión y compraron los respectivos libros de autoayuda, me dicen que lo de Pipo es inseguridad o miedo, por ello, si lo dejo suelto, al final no haría nada apartándose del resto de perros con el rabo entre las patas. ¡Pamplinas! Estoy seguro de que si lo suelto, atacaría aun teniéndolo todo perdido, este perro para eso es bastante anormal. Quién sabe si el cliente que me lo regaló no tendría un presentimiento y por eso, el muy cabrón me lo endoso pese a su pedigrí.
Pipo es un perro de características interesantes si uno se fija. A lo primero llamaba mucho la atención, con más del año de vida, seguía embistiendo hasta a las hembras en celo en lugar de tratar sacar mejor partido a su energía, lo que nos dio a pensar que era homosexual, ya que, a machos de su misma raza, a algún pícher y, sobre todo a los yorkshire terrirer, les hacía y hace unas felaciones que les dejaba chorreando de caliente baba los bajos.
Nada más lejos de la realidad. Como la gran mayoría de bichos que respiran, Pipo es bisexual. Un buen día se le cruzó en el camino una perrita en celo. Una perrita sin raza definida, valiente, sabia y apenas un poquito más grande que él, una hembrita con experiencia en amoríos y una quemazón que le hacía restregarse el potorro con cualquier cosilla, una zapatilla, el peluche de los niños, el cojín del sillón orejero, todo le servía. Pesada como ella sola, logró finalmente beneficiarse a mi Pipo, y a la primera de cambio, nos hizo abuelos.
Otra característica importante de Pipo, es como defeca, ya que solo lo hace sobre tierra. Y si no hay de ésta cerca, si es preciso, se sube a una maceta y, encogido encogido, allí lo deja. Es ideal para abonar el perejil de la vecina de mi suegra. No sería la primera y tampoco creo sea la última, que Pipo caga mientras levanta la patita para mear, e incluso, subiendo las patas de atrás al tronco de alguna palmera.
Varias veces me he dicho a mí mismo que si alguien pasa por aquí y dejo esto ahí, seguro se preguntará cómo leches pudo poner el culo el chucho para que la mierda quede tan bien puesta a dos palmos del suelo. Solo si llueve evita cagar sobre tierra, le da repelús el barro, se nota es perro de raza delicada. Solo entonces caga en la acera o el asfalto, pero siempre con el culo apegado a cualquier lado (farola, buzón, boca de incendios, rueda de auto). Es muy meticuloso con eso de que su culo pueda verse sorprendido.
Entrado en materia. Como tenga la suerte un día de tropezarme con el capullo o capulla que no solo permite, sino que tampoco recoge aquello que su perrito deja junto la puerta peatonal de acceso a la urbanización, prometo restregarle el morrito antes de que se enfríe, para acto seguido, hacérsela tragar entera, aunque tenga que ser yo quien se la mantenga...

lunes, 23 de octubre de 2017

A través.





A  través de tus ojos soñé ver la vida,
esa, que hubiera pagado en padecer,
con cuantos tesoros de hombre habido y por haber
al mundo comprar hubiera podido,
los sueños de tu ser, esos, que son en mí suspiro
y en ti, olvidado ayer.

No hay peor mal, que el amor no correspondido
que al sueño encierra entre gruesos cristales y ásperas cadenas.

Y allí, tras de tus pupilas azules, hoy oscuras, ¡negras!
A la vida, aquella tan poco agradecida
como poca es la sangre que a ambos  late y a tantos siembra,
recé tanto y tan bajo, que siento la boca como el estomagó,
lleno de miseria y toda esa pena
que en torrentes de lava con sabor a agua,
se dejan perder como se pierden las almas.

Ya no hay ojos en tu cara, ni recuerdo en mi ser,
ya sólo quedan olores de lo que fue mujer y en mis sueños, un querer.

He perdido por no saber gritar a tiempo
y por haber preferido un trabajo hecho aunque soñado,
a dar la cara como un hombre que sin saberlo, era afortunado.
Pues afortunado es aquel que vive y en vida encuentra a ese otro ser,
con el que cada día se nace, y se nace de pie.




domingo, 22 de octubre de 2017

Ahora.


Camino,
camino y no se
si sobre el destino
que merece mi ser,
mi profundo
y sincero yo,
si lo hago bien,
si es esta la línea a seguir.

Pese mi aguda vista
camino cegado,
lleno de dudas
y complejas miserias.
Mis piernas,
continúan por inercia
acortando distancias,
brincando muros,
alejando pasados.
Camino sobre
un presente diario
que por minutos,
no sé si me daña
ya entregado,
sin memoria que explique
desde cuando.
Sigo andando,
entre tinieblas
y rostros mal humorados.
Me acarician las sombras
que siguen a mi lado,
aliadas incansables
escondidas en el regazo
desarmado de mi espíritu
por hoy y ya, desmembrado.

Camino,
camino y no me resigno,
por encima de
mi ignorancia  
me acompaña una
corta sabiduría,
que molida,
mis huesos absorbieron
en su huida.
Erosión que padezco,
sin alma
y tal vez, sin reflejo.





martes, 10 de octubre de 2017

A pies de la vieja muralla.




El padre de un amigo de pubertad nos contaba historias que siempre  enganchaban, las narraba en primera persona, pero tanto yo como mi colega estábamos seguros que no eran de él, sino de su padre, vamos, del abuelo de mi amigo. En cualquier caso, nosotros flipamos escuchándolo, de todas ellas, recuerdo muy bien aquella que decía;

Vencidos, en mayo del treinta y nueve los que tuvimos suerte logramos llegar a Francia, allí se nos trato y miro peor que a esos perros, que llenos de miseria deambulaban de una puerta a la siguiente pidiendo clemencia y un cacho de pan duro. Los rojos nos llamaban como si del propio demonio se tratase, hasta el propio Daladier (presidente francés) nos pintaba como delincuentes a los que se debía controlar de cerca, para ello, a muchos se nos afincó en campos de recogimiento que en nada distaban a los de concentración, y allí fue donde junto mis paisanos empecé a sentir que mejor habría sido morir luchando en y por mi tierra. Al fin y al cabo, de qué valía tanta sangre derramada por la libertad, tanto amigo perdido, tanta pena marcada en vena, si ahora, en tierras que no son las nuestras, nos dejábamos atar.

Atrás quedó Sariñena, y con mi pueblo toda la infancia, la mayoría de familia, y esa poquita de esperanza a la que nos aferramos, por lo normal, con los ojos cerrados y sólo si logramos soñar.

Llegue a Francia junto mi hermano Antonio y varios amigos como Manuel, Vicente o Miguel y su hijo Elías, y en aquel desolado campo de “refugiados” para mí de concentración, nos encontramos con otros muchos paisanos de armas e ideas, como José Arcos y el gran Mariano. No recuerdo cuantas fueron las noches que bajo las estrellas maldecimos el germen del fascismo, y sentados los unos frente los otros decidimos que aquello no estaba hecho para nosotros, nuestra paciencia estaba a punto de expirar.

Habíamos escuchado historias, pero hasta aquel día solo habían sido eso, historias. A media mañana llegaron varios coches y un par de camiones, de ellos bajaron varios hombres armados, apenas un par iban debidamente uniformados, los gendarmes abrieron la doble puerta de madera y alambre que daba a los barracones y varios de aquellos hombres entraron decididamente.

Yo, al igual que muchos de mis paisanos, no sabía francés por aquellos entonces, pero no hubo problema, junto el oficial francés iba otro hombre al que conocíamos sobradamente, se trataba de Cristino García, el camarada habíamos escuchado le llamaban, no habíamos luchado juntos, pero si en el mismo lado allá en nuestra España. Lo que decía el francés era inmediatamente traducido por Cristino.

La resistencia francesa no era lo mejor del mundo, su armamento estaba bastante más que limitado comparado con el de las tropas germanas, así como la preparación militar de sus componentes, pero mil veces mejor sería morir con dignidad y luchando, a pudrirse en aquel desierto de alambre y resignación. Habían venido a reclutar fuerza, y fuerza tendrían, levante mi brazo, al igual que mi hermano, mis amigos y cientos de hombres y mujeres que como nosotros, preferían una semana de libertad a una vida de sumisión. Y así es como pasamos a formar parte de la 21º brigada acorazada de la 3º división francesa comandada por Cristino.

A lo largo de los años de batallar, más que amigos o camaradas éramos hermanos, estuvimos en cientos de frentes, padecimos muchísimas bajas y disfrutamos de muy pocas alegrías. Nuestra misión principal era ser una constante molestia, la típica mosca cojonera, aparecíamos y desaparecíamos para hacer a unos perder tiempo a fin lo ganaran  otros, por lo normal, para que estos últimos tuvieran tiempo de retirarse. La guerra se hacía eterna, cuando parecía que cogíamos un poco de aire nos golpeaban tan fuerte, que para poder recuperarse había que haber olvidado primero lo que duele enterrar al compadre.

El catorce de agosto del cuarenta y cuatro, se ordenó a todas las tropas de la resistencia hacer todo lo posible por entorpecer el movimiento de tropas enemigas. Las posiciones alemanas en el sur de Francia se tambaleaban y había movimiento de estas hacia el norte buscando reagruparse. Nuestra posición estaba a poco más de cuarenta kilómetros de Nimes cuando entró la orden, a los pocos días Cristino, recuperándose de las heridas sufridas en el asalto a la prisión de Nimes, recibió  información de que las tropas de la Wehrmacht, la 11º División Panzer compuesta por más novecientos soldados, dos cañones, cinco blindados y sobre setenta camiones, se desplazaban de Toulouse dirección Paris.

Conocíamos la zona, llevábamos años peleándola. La columna alemana tendría que pasar forzosamente por el cruce de Madeleine, muy cerca de Tornac. Allí la estrecha carretera caracolea por un espeso bosque y cruzaba el puente del ferrocarril hasta coger un estrecho algo más recto y despejado donde hay un segundo puente, punto ideal para cazarlos. 

La madrugada del veinticuatro de agosto de ese mismo año, al mando del comandante Gabriel Pérez, un destacamento que poco menos de cuarenta personas (cuatro franceses y el resto españoles) llegamos a la zona. Se colocó dinamita en el puente del ferrocarril y en el de la carretera de Tornac. Por si acaso, varios y pesados troncos de árbol más alguna que otra roca, la cortaban en el primer recodo pasada la recta, lejos de una primera e indiscreta vista, y también por si acaso, el día antes se había hecho evacuar el pueblo entero de Tornac.

Mientras los especialistas colocaban la dinamita, el resto tomábamos posiciones en la zona alta, muy cerca de las ruinas del castillo desde donde se divisaba perfectamente todo el espacio entre los puentes a volar. Cavamos pequeñas trincheras, muchas, comunicadas entre sí, para agachados permitirnos una mínima movilidad sin ser vistos. La tensión era mucha y el silencio espeso, por alguna razón aquella eterna espera me recordó a la última noche antes de la cruenta batalla del Ebro, y crucé los dedos para que no se repitiera el resultado final.

Sobre las tres de la tarde los vigías informaban, un grupo de motocicletas con sidecar y ametralladoras encabezaba la columna alemana. Se nos avisa, –no abrir fuego hasta las voladuras, permanecer en vuestro sitio hasta entonces, a partir de lo cual fuego a discreción, usar las granadas de mano con conocimiento de causa y mucha suerte, si tenemos que morir aquí, que no sea en vano-

Poco después empezamos a cruzar miradas, nunca olvidaré aquel lento sonido a motor que parecía deslizarse entre la pausada e ignorante tranquilidad de la montaña. Me preparé tres granadas de mano en el suelo a mi derecha y me lleve el fusil al hombro, y así me quedé, cuerpo a tierra, los eternos minutos que llevaba de retraso el destacamento alemán sobre ese lento e incesante ruido a motor.

Se dio la orden y cuando a mitad del puente del ferrocarril iban los dos últimos camiones, se volaron los puentes dejando a los alemanes que ni para detrás ni para adelante. El fuego cruzado y el efecto sorpresa creó el suficiente desorden para que los soldados corrieran en desbandada buscando refugio, los motoristas y los de los sidecares no tuvieron tiempo de nada y sobre sus monturas perdieron la vida. Algunas granadas de mano hicieron volar camiones enteros. Pese todo ello, nosotros éramos cuatro y ellos parecían aparecer de la nada, matabas uno y tras él salían seis.

Se entabló un duro combate, empezaron a usar mortero y cuanta artillería pudieron, a nosotros nos quedaba la caza al ojeo e íbamos cambiando de posiciones de manera constante para evitar que nos localizaran con facilidad.

Se reagruparon e hicieron fuertes como buenamente pudieron tratando de ganar tiempo a la espera que la noche se les aliara. Pero la noche es la misma para los unos que para los otros, ellos tratan de romper el cerco son sus tanquetas aprovechando la oscuridad, y ocultos en ese misma noche nuestros dinamiteros se lo impidieron dejando cuatro de las cinco inutilizadas. Ya de madrugada, los oficiales alemanes piden un alto el fuego y se avienen a parlamentar. Los alemanes proponen que se les deje marchar y prometen no tomar represalias, el bando hispano/francés, la rendición incondicional. No hay acuerdo por parte de los orgullosos soldados germanos y continúan los ataques, hasta en tres ocasiones trataron de romper el cerco, en la última casi lo logran.

Lo recuerdo con claridad, estaba bien entrada la tarde cuando dio comienzo, varios disparos de cañón y mortero hacia nuestra posición y sus soldados empezaron a avanzar cubiertos por la artillería. Tenía en el punto de mira de mí K 46 a uno de aquellos alemanes que colina arriba pretendían acabar con nosotros, pude ver su cara, no era más que un crío, un crío dispuesto a matarme, iba a apretar el gatillo cuando uno de  sus dos cañones y los soldados que lo manejaban volaron por el aire, lo vi por el rabillo del ojo. Con la tensión y el cruce de fuego pensé que alguno de mis compañeros habría alcanzado con una granada de mano la munición que usaban, pero no fue así. Como caídos del cielo (nunca mejor dicho) varios aviones ingleses DH 98 “mosquitos” procedentes de un portaaviones fondeado en el Mediterráneo tras el desembarco aliado, llegaron a tiempo, y volando raso, escupieron fuego por sus ametralladoras y dejaron caer algunas bombas. A su paso, muerte y  gemidos de dolor de los muchos heridos que bajo ellos quedaron tendidos por todas partes, algunos tan mutilados, que pedían a gritos por el favor de ser sacrificados.

Junto a mi estaba Joaquín, le habían herido en un hombro, pese el dolor y la aparatosidad de la sangre no era grave y seguía disparando a cuanto se movía allí abajo. –Estos hijos de puta no se nos escapan- decía insistentemente, y es que una vez que se vence al miedo la euforia nos hace invencibles.

Los alemanes retrocedieron y volvieron a reagruparse, se les dejó atender a sus heridos, muchos de los cuales murieron al poco e incluso sin tiempo de ser vistos por los sanitarios. Me impresionó ver a un pobre chaval sin sus piernas arrastrarse varios metros bajo un río de sangre con la única ayuda de sus brazos, cuando llegaron los sanitarios a su lado ya había fallecido. Lo tremendo de aquello, es que no podíamos permitirnos tener pena, eran ellos o nosotros, pese a todo, muchas son las noches que al cerrar los ojos aún veo aquel joven arrastrarse por mitad de una zigzagueante carretera.

Poco menos de las ocho de la tarde eran cuando los alemanes, por medio de su comandante K.A. Nietzsche Martin, capitulan. Cuando dicho oficial se dio cuenta que había rendido toda una columna a un puñado de desaliñados y malolientes guerrilleros, se quitó la vida en medio de aquella misma carretera donde hoy, una placa conmemora la lucha. Ninguno de sus hombres hizo o dijo nada, todos estábamos cansados de aquella guerra.

Terminada aquella locura y mandando en España quien mandaba, muchos fuimos los que esperamos al final de nuestra vida en tierras vecinas, sabiendo de la familia, con suerte, por carta.

Pero tan duro resultó eso, como la rapidez con la que los propios franceses se olvidaron de nuestra labor para con su patria. Los verdaderos héroes de la resistencia francesa fueron casi siempre españoles, pero solo con la boquita más pequeña, y de muy, muy en cuando, alguien lo recuerda. Lo que para mí personalmente es una falta de respeto, y no por mí, sino por aquellos amigos como Santiago, David, Esteban, María José, Mercedes, Germán, Asunción, y tantísimos otros, que luchando por lo que hoy es Francia, se dejaron la vida y nadie recuerda en qué monte o colina siguen sin ser llorados sus huesos.

Por ellos, por todos y cada uno, considero una falta de respeto el olvido. ¡Que menos! cuando ni un entierro digno, ni un rincón donde las familias puedan llorarlos, que una mínima memoria hacia quienes murieron por la libertad, aún cuando para la historia de hoy, solo fueran un momento, un disparo, un lejano lamento o el más vulgar quejido.