lunes, 25 de julio de 2016

Entre cuatro paredes.


En agosto de 1912, con tan solo trece años (eran otros tiempos) empecé a trabajar como aprendiz de todo y chico de los recados en la fábrica de calzado que D. José Maciá tenía en el barrio de la Raval de Elche. Entraba cuando aún no había roto el día y en muchas ocasiones llegaba a casa sin que me diera el sol en la cara. Un año después, con dos nuevos socios reforzando el futuro de la empresa, la fábrica se trasladó a una nave mucho mayor en el huerto de Candalix, no lejos de la estación del ferrocarril. Así nació la que se conocería como “Viuda de Maciá, Sansano y Gonzálvez”, dedicada a la fabricación de alpargatas de yute y cáñamo.

Se trabajaba de sábado a sábado y de sol a sol, así pues, tuvo que ser en domingo, el primero de un más que frío diciembre del 27, cuando me casara con María Teresa. Conocí a mi mujer entre aquellas cuatro paredes, era un año menor que yo y había enviudado sin hijos tres años antes a casarnos, nuestro viaje de novios fue pasar el siguiente domingo a la boda en Murcia, llegamos en el primer tren y nos volvimos en el último. Gran capital aquella que por desgracia no he podido volver a visitar.

En el 36, con la guerra tocándonos a la puerta, la sociedad se rompió y cada socio cogió un camino. Eran tiempos complicados, oscuros y muy raros.  Yo, como muchos otros compañeros, seguimos viviendo gracias a aquellas cuatro paredes. La fábrica dejó el calzado de lado y se transformó en una de armamento, antes de ello, nos ganamos el sustento como albañiles en su acondicionamiento, en concreto, en cuanto al refugio antiaéreo que se hizo en su suelo para albergar a varios cientos de almas. Ya acondicionada la nueva fábrica, cambiamos los harapos llenos de polvo de cemento y yeso, por guardapolvos o según sección, monos. Y sin dejar aquellas paredes y su techo, empezamos a fabricar armas y munición para acabar con nuestros iguales.

Finalizada la guerra y vivo no sé si por la gracia divina o por la mala puntería de algunos otros, seguí entre aquellas cuatro paredes. En la posguerra, la fábrica de armas fue transformada en la cárcel provisional conocida como “la de la fábrica Nº2” y allí estuve hasta bien entrado el año 43 porque un vecino sin identificar, comento a los civiles que todos en casa éramos rojos, y como bastaba la palabra de uno para que encerraran a otro… por ello, que mi sitio entre mis cuatro paredes de siempre, no fue esta vez como operario, si no, como preso político.

Sin darme hijos, en julio del 41 me dejó María Teresa, la enterraron sin que pudiera despedirme de ella, hasta me enteré casi de casualidad. Un día no vino a verme a la cárcel, eso era raro porque buena o mala, ella nunca fallaba. El siguiente día de visitas tampoco vino, ni al otro. No teníamos a nadie y nadie se quiso molestar. Un preso, también ex compañero entre aquellas cuatro paredes desde que se fabricará calzado junto ellas, me lo comentó con la cabeza gacha y los ojos llorosos. A él se lo había dicho su mujer en la visita de esa misma mañana… no creo recordar haber padecido más pena ni peor vacío que el de perderla sin poder dejarle un beso en la mejilla, no es lo mismo llorarla como la llore, a llorarla como se merecía.

En la semana santa del 44 la fábrica de armas volvió abrir sus puertas como la fábrica de calzado “Hijos de Viuda de Maciá y Compañía S.L”  muy conocida con la marca “El Faro”, y así es como volví de operario bajo el techo que aguantan las que siempre llamaré mis cuatro paredes, hasta que en el verano de 1967, con 68 años en mis costillas y un cáncer terminal, me sacaron de allí con una vida tan resumida que ellas, mis cuatro paredes, en su yeso desnudo podrían describirla sin precisar de imaginar.


*Esas cuatro tristes paredes se llenan hoy de risas, educación, tolerancia y esperanza. Hoy, pertenecen al colegio público Candalix, antes, Ruiz de Alda*



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