sábado, 24 de noviembre de 2018

Ángel y princesa.




No tenía los once años
cuando con sus ojos rasgados,
su apenas casi naricilla
y aquella sonrisa tan inmensa,
se abrió paso  tirando
abajo la puerta.
No admiro a nadie 
como puedo hacerlo con ella,
porque no hay nadie
tan valiente y sincera,
tan amable e intensa,
tan real y tan honesta.

Me moriré un día de estos,
fijo, que uno cualquiera,
sin habérmela terminado
pese a mis cincuenta
y sus magníficos cuarenta.
Miedo, solo a lo que se desconoce,
en casa ya, a nada,
teniendo para mil vidas
la mejor de las maestras
y el hada perfecta.

Con el Down de tercer apellido
y la verdad de la paz en al alma,
el mundo no es uno pese
a simular ser siempre el mismo,
y cerrando los ojos mientras
ella nos besa y abraza,
no son estas carnes las de aquellos otros
sin igual ángel en cuerpo de princesa.
…Y conste, 
que no lo digo por dar envidia,
si no, porque así, 
son las cosas.



A mi hermana Sonia.

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