No tenía los
once años
cuando con sus
ojos rasgados,
su apenas casi
naricilla
y aquella
sonrisa tan inmensa,
se abrió
paso tirando
abajo la puerta.
No admiro a
nadie
como puedo hacerlo con ella,
como puedo hacerlo con ella,
porque no hay
nadie
tan valiente y
sincera,
tan amable e
intensa,
tan real y tan
honesta.
Me moriré un día
de estos,
fijo, que uno
cualquiera,
sin habérmela
terminado
pese a mis
cincuenta
y sus magníficos
cuarenta.
Miedo, solo a lo
que se desconoce,
en casa ya, a
nada,
teniendo para
mil vidas
la mejor de las
maestras
y el hada perfecta.
Con el Down de
tercer apellido
y la verdad de
la paz en al alma,
el mundo no es
uno pese
a simular ser siempre el
mismo,
y cerrando los
ojos mientras
ella nos besa y abraza,
no son estas
carnes las de aquellos
otros
sin igual ángel
en cuerpo de princesa.
…Y conste,
que no lo digo por dar envidia,
que no lo digo por dar envidia,
si no, porque
así,
son las cosas.
son las cosas.
A mi hermana Sonia.
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