lunes, 19 de noviembre de 2018

Bendita libertad esta de la edad.






Con esta edad que mis manos
con todo su brazo, no han de abarcar,
en otros tiempos un anciano, hoy,
un número al que ordeñar.
Me sigo preguntando como ya lo hiciera
en antaño, por qué y por cuanto,
la vida me empujo a terceras manos.

Puede que naciera un ruin de esos muchos más,
repleto de ira y empapado por el odio, un ser despreciable
al que señalar, ¡eso sí! mejor desde lejos,
la falta de cojones que ofrece la proximidad, invita a ello. 
A fin de cuentas, ¿quién quiere una hostia pudiéndola evitar?

Mirando en todas direcciones,
veo hoy, que no soy aquel ruin que se pensaba,
si no, el que me hicieron creer,
porque la culpa, mejor que la carguen otros,
de ser posible, ignorantes conformistas
cuyas letras no digan y voz jamás se alce.

Pese mi esfuerzo e visible maldad, durante media vida,
tuve más cerca indeseables de raza,  que gente a la que admirar.

Sentado en la mecedora del porche
donde el tiempo me hizo niño y me hizo hombre,
atiendo con atención, por reír y por llorar,
a esas arrugas que son la más divina presencia
cuando se quiere uno de ellas amamantar.

Y por fin, las ganas me invitan a gritar,
como debería ser capaz de hacerlo toda persona,
cuando sus piernas aún vuelan
y su sangre hierve, lucha y cree real.

Bendita libertad esta de la edad,
que lejos de encarcelar alienta y en lugar de desnudar abriga,
a quien vistió de mentira y vulgar, en aquellos tiempos
tan ciegos como sordos, y tan de ayer como de todos.




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