Con
esta edad que mis manos
con
todo su brazo, no han de abarcar,
en
otros tiempos un anciano, hoy,
un
número al que ordeñar.
Me sigo
preguntando como ya lo hiciera
en
antaño, por qué y por cuanto,
la vida
me empujo a terceras manos.
Puede
que naciera un ruin de esos muchos más,
repleto
de ira y empapado por el odio, un ser despreciable
al que
señalar, ¡eso sí! mejor desde lejos,
la
falta de cojones que ofrece la proximidad, invita a ello.
A fin
de cuentas, ¿quién quiere una hostia pudiéndola evitar?
Mirando
en todas direcciones,
veo
hoy, que no soy aquel ruin que se pensaba,
si no,
el que me hicieron creer,
porque
la culpa, mejor que la carguen otros,
de ser posible,
ignorantes conformistas
cuyas
letras no digan y voz jamás se alce.
Pese mi
esfuerzo e visible maldad, durante media vida,
tuve
más cerca indeseables de raza, que gente
a la que admirar.
Sentado
en la mecedora del porche
donde
el tiempo me hizo niño y me hizo hombre,
atiendo
con atención, por reír y por llorar,
a esas arrugas
que son la más divina presencia
cuando
se quiere uno de ellas amamantar.
Y por
fin, las ganas me invitan a gritar,
como
debería ser capaz de hacerlo toda persona,
cuando
sus piernas aún vuelan
y su
sangre hierve, lucha y cree real.
Bendita
libertad esta de la edad,
que
lejos de encarcelar alienta y en lugar de desnudar abriga,
a quien
vistió de mentira y vulgar, en aquellos tiempos
tan
ciegos como sordos, y tan de ayer como de todos.
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