miércoles, 5 de abril de 2017

Desde mi cristal.




Cuán sinceras criaturas de cristal
sus ojos de sol y mar,
decían tanto a mi oscuridad,
que inundado en su dulce aliento quise morir
a la par de mi verdad.

Tendida bocarriba la creí ver,
para ella no sería más que una sola vez,
una vida incompleta para mí.

Su gemido, su carne y su voraz apetito
me pidieron ser hombre y a la vez animal,
para que en mi cama quedará presa
cuando mis dientes y muelas le devoraran el placer de sus entrañas,
y mis brazos, con sus manos y estas con sus dedos y uñas
la agarran hasta hacerla estremecer,
aún con sus ojos de sol, cristal y mar
cerrados y sin gana de llorar.

Pidiendo de mi prohibido secreto más, y más, y más,
gritó de todo a la paz de aquella confusa soledad,
donde nadie nos quiso buscar, y donde a nadie se permitió caminar.

Cuán sinceras criaturas de cristal,
siguen hoy siendo sus ojos de bravo sol y calma mar,
en ese oculto yo de tal profundidad,
que el sueño no amanece y el remordimiento no es tal,
más que en la pena que se me coge a lo que dicen es el alma,
cuando sólo al cerrar los ojos la veo como la quise,
entre mis dedos y mis dientes.

Mientras… no se si amor o vicio,
su carne y la mía en una se funden,
y en la vida y en la muerte
¡por fin! se dicen y sienten.
Aquella mujer y este hombre,
que de tanto soñar creyó vivir,
los pecados de la que fue y nunca anduvo allí.

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