lunes, 1 de febrero de 2016

Desde lejos.




Tengo un amigo, José Antonio Hidalgo, gaditano,  bastante cachondo,  con un arte importante y un humor de lujo. Mi amigo reconoce abiertamente su miedo a las mujeres guapas ¡bueno! y a las arañas y no se cuantísimas cosillas más, como el mismo se dice –soy lo que básicamente es un cagaó- pero cuidado, que no está solo en eso. A mí las arañas me la pelan, si fueran avispas aún aún. ¡Ahora! las mujeres guapas, esas súper dignísimas y divinas de la muerte, siempre tan puestas ellas, tan rectas, con su bolsito a mitad de brazo y la mano tiesita para arriba… un poco sí que me cohíben, y mira que me las tiraría a lo salvaje y de aquella manera, pero me cohíben.

Pero yo, a diferencia de mi amigo José Antonio, tengo un truquito para desendiosarlas y que no me de miedo entrarles. A ver, les pongo en situación.
¿Saben cuando uno lleva cinco días estreñido a tal punto que pipi, sudor y lágrimas de esfuerzo son lo único que se desprende de nuestro cuerpo, y de golpe, a eso de las cuatro de la madrugada ya para el sexto día, un retortijón, nada demasiado importante, pero lo suficiente para hacerte abrir los ojos como platos y quedarte mirando al techo, en silencio, quieto, tratando de averiguar si aquello fue realidad o sueño, hasta que un glugluglugluglu del tipo pavo recorre nuestras tripas y de un brinco llegamos al aseo justos para clavar el culo en el váter… si, clavarlo, nada de posicionarlo con cuidado en el fresquito de su blanco. Cla- var- lo, y ¡Blum! Prrrrrrrrrr…chof, chof, chof…prrrrr chof, chof?

Pues de esa guisa me imagino a reinas, modelos, actrices, cantantes, y a alguna vecina fina, fina, fina, de esas que mear o cagar no está en su vocabulario. Pipi y kaka ¡y ojo! en casos extremos.  A todas ellas, con el culo bien hundido en el váter, echadas hacia adelante con las rodillas ligeramente por encima de los hombros, la cara hacia el techo, los ojos entornados y la boca abierta en señal de gozo. Así, así las imagino.

¿Qué, que no? Las damas también cagan, hasta las guapas y dignas, hasta las reinas y las divinas. Vérmelas así me quita ese poco de miedo que me retraía y les entro sin temor. ¡Bueno! en ocasiones mi nivel de imaginar hace de aquello una feroz realidad, por lo que miedo no, pero asco, mogollón, e de ello que cuando voy a darles la mano –¿se la habrán lavado o…?- y doy un salto atrás antes de salir por patas. Mis colegas piensan que al igual que a José Antonio, algo de respeto les tengo, pero es que no todos ven lo que yo veo.

Así pues, las guapas, las dignas, las divinas de la muerte, mejor desde lejos.

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