martes, 22 de enero de 2019

Poema


    



Broncas que se colorean con los dedos
y se adhieren a la tripa, pudren a los seres
con pasado y dudoso presente,
que luchan por un mañana que no siempre,
amanece.

Miedos que susurran de rabia
y se amamantan de rencor y pena, beben sangre y follan
lejos de la cama sobre la que mis musas
brincan, chillan y señalan.

Se retuercen los poetas y los versos
junto y bajo  paredes de silencio
y esa tierra en la que nada crece y todos quieren.
Los niños nacen sentenciados
por la estupidez del rebaño,
que más que cuan borrego, lobo,
depreda los recuerdos que caga el pasado.

Y la peña, que se sigue mirando de reojo
mientras reza de puntillas para que un rayo parta
a los del otro lado y su vida, suene a milagro.
Sigue temblando sin saber bien el por qué,
cuando alguien le discute lo que se niegan a ver.

En mi columna de marfil, allá en todo lo alto,
miro ya sin asombro cómo pasan de largo
los que gritan y los que permanecen callados.
Estoy seguro que entre tanto imbécil
podría llegar a encontrarme con los ojos cerrados,
con solo extender la mano.
Sigue sin llegarme la hora, y sigue
sin tocar a la puerta el momento
que haga de mí algo, junto o bajo
aquella tierra fértil, y este hoy inmediato.




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