jueves, 26 de diciembre de 2013

Os dejo un trocito de una muy posible novela que llevo así de aquella manera. (El impertinente diario de un madurito resignado)



Decidido a pasar unos amenos minutos con mi sobrino de acompañante y, gracias a los abonos que me han prestado. Con más de media hora de antelación por aquello de ir tranquilos, nos presentamos en el campo de fútbol.


¡Qué aventura copón! Nada más llegar, el vigilante de seguridad que hay pegado al torno para el control del acceso, le dice al chaval mirándome a mí, que la botella de agua de litro y medio, ya que el nene bebe cosa mala. No puede pasarla ¡Caramba! Nos dejaron al sobrino sin poderse hidratar con lo bien que le va para el riñón al chaval.


No quedo todo  ahí, la botellita que llevaba yo, una pequeñita y por esos momentos recalentada cosa mala, no podía entrar con el tapón puesto… Si, por lo visto con el tapón, deja de ser una botella para convertirse en un misil tierra aire radio dirigido telepática-mente.


Como era lo único que nos quedaba para que por lo menos Ismael tuviera algo de donde beber, hice caso y quite el taponcito mientras con la otra mano, me sacaba los abonos de la cartera y, mis dientes, gracias al asita de la bolsa, sostenían en una compleja postura de equilibrista contemporáneo los respectivos bocatas de jamoncito con tomate vagamente restregado y un par de plátanos. De canarias por supuesto. Ismael tenía bastante con ir despidiéndose de su hermosa botella, como para cargarle de más responsabilidades.


Con el dichoso tapón quitado, por fin tiremos para adentro sin darnos cuenta ni yo ni el vigilante del tornito. Posiblemente por el descaro con que paso todo, que el tapón entro con migo en la mano con la que lo había desenroscado, y que en ningún momento camufle, pues no había intencionada maldad en ello.


Buscando el asiento con todo aquello manga por hombro dado las obras de limpieza de cara que se estaban  haciendo con lo del ascenso, me acerque a uno de los agentes de la policía nacional. Un joven delgadito, de los que en mis tiempos habríamos llamado de media hostia como mucho. Allí estaba él, bajo la sombrita de la visera de su gorrita impoluta, con unas gafas de sol oscuras de patilla dorada, una barbita diestramente cuidada a tijera, y más cosillas colgadas alrededor de su cintura, que en un árbol de navidad rococó en casa de una gitana católica.


-¿Que lleva en la mano?- me pregunto el agente antes de que yo pudiera consultarle si sabría orientarme, hacia donde podía encontrarse nuestros asientos.


-Como vera, un poco de todo por aquello de subsistir con el chaval- respondí algo sorprendido pensando en que tal vez, hasta querría cachearme sabría Dios porque, ya que finin era el zagalote, pero pinta de homosexual no tenia, por lo menos de homosexual necesitado. Claro que hoy en día, cualquiera pone la mano en el fuego por nadie. -¿Aun gustaría a alguien? Qué bien- Pensaba entre una cosa y la otra, pero la verdad, hubiera preferido que de fijarse, mejor su seria compañera. Rubita y callada muchacha de prietas carnes, lisa melena y enormes protuberancias mamarias... pero bueno, es lo que hay, nunca fui hombre de suerte.


Estirando su mano, señalo la palma derecha de la mía. -A esto me refiero- ¡¡Coño!! El taponcito dichoso. -¿Sabe que es esto?- asentí, tan corto no me considero. -Esto, según la ley del deporte, son tres mil euros- insistió él con el cuello todo lo tieso que podía dar de sí, tal vez, para intentar mirarme de tu a tu, ya que aun así, me quedaba por debajo unos importantes centímetros.

Que vamos hacerle, soy así de espontaneo y bocas. -¡¡Joder!! Pues nada, nada, se lo haga llegar a quien corresponda y ya si eso, me mandan el dinero- respondí con toda mi alma. -Ahora entiendo tanta recogida solidaria de taponcitos, a esos precios pufff- seguí con mi repertorio, y es que me lo puso a huevo....


Y HASTA AQUÍ PUEDO LEER.


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