No sé de mayor valentía,
ni a quien mejor mi admiración,
que a aquella niña (dicen nos la arrancó
Dios),
presa por la furia de la tierra que
inútil hace la respiración.
Un nudo mi garganta y hormigón el
corazón,
al escuchar a la verdadera inocencia decir
adiós.
Treinta años han pasado y sigo oyendo tu
voz,
retumba en la pena y la rabia de una
memoria menor.
Hace treinta años, empecé a ser persona,
fue al escuchar una niña que a la muerte
hubo de entregarse,
lo hizo con las manos, como el alma, en
alto.
Y nos miramos el ombligo, y nos creemos
estrellas,
y no nos da vergüenza, ni propia, ni
ajena.
No sé de mayor valentía,
ni a quien mejor admiración,
que a aquella eterna mujercita que nos
dio una lección.
Sabiendo que se moría, ofrendo solo
amor,
el que su humilde cuerpo tenía y a
tantos puso voz.
A la memoria de Omira Sánchez Garzón,
niña de trece añitos colombiana, víctima
de la vida, que al mundo entero estremeció la respiración.
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