viernes, 13 de noviembre de 2015

Treinta años a solas.




No sé de mayor valentía,
ni a quien mejor mi admiración,
que a aquella niña (dicen nos la arrancó Dios),
presa por la furia de la tierra que inútil hace la respiración.


Un nudo mi garganta y hormigón el corazón,
al escuchar a la verdadera inocencia decir adiós.
Treinta años han pasado y sigo oyendo tu voz,
retumba en la pena y la rabia de una memoria menor.


Hace treinta años, empecé a ser persona,
fue al escuchar una niña que a la muerte hubo de entregarse,
lo hizo con las manos, como el alma, en alto.
Y nos miramos el ombligo, y nos creemos estrellas,
y no nos da vergüenza, ni propia, ni ajena.


No sé de mayor valentía,
ni a quien mejor admiración,
que a aquella eterna mujercita que nos dio una lección.
Sabiendo que se moría, ofrendo solo amor,
el que su humilde cuerpo tenía y a tantos puso voz.






A la memoria de Omira Sánchez Garzón, niña de trece añitos  colombiana, víctima de la vida, que al mundo entero estremeció la respiración.


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