Eran perlas, pero eran negras.
Era música, pero estaba callada.
Era de mí, todo, pero no queda
nada.
Sigue amaneciendo del plácido
naranja
que como el café soluble,
se termina disolviendo entre
azules
y puede, que alguna nube.
Los instantes quedaron
congelados,
lo de hoy, no cuenta.
Como no cuenta todo
lo que pasa pero no suma,
ni todo lo que se dice
y no se escucha.
La pena, ese sincero sentir
que tan mal sienta al que con el
tropieza,
siempre deja huella y una cicatriz
eterna.
Da igual que el amanecer
sea naranja o gris,
que nos llegue fresco
y húmedo, o asquerosamente
caluroso y seco.
La pena presente
y aquella otra de ayer,
siempre era y siempre es,
la mano que nos estrangula
y el milagro que nos hace llorar.
Cuando solo queda pasado
y no hay marcha atrás
que nos logré hacer admirar,
el negro de aquellas
perlas perfectas,
o el aliento de las estrellas.
Era todo, el mío… mi todo,
pues cada cual padece el suyo
y cada cual, para adentro de su
silencio
se hace y deshace como a bien le
place,
entre aquello tan importante
y tan caduco, que siempre
termina en un hueco
triste y profundo.
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