miércoles, 5 de julio de 2017

Sin matar.




Quienes esputan su verdad contra ese suelo blanco
y complaciente al que el miedo rinde
y, sobre el que el borrego se regodea.
Deberían verse con la soga al cuello y en sus manos nada,
para que, sintieran que verdades son tantas como vidas y cómo caras.

Toda razón es única y toda razón es malvada,
si con ella va la fuerza y con esta la protagonista ignorancia,
que nos hacen más que persona alimaña de dos patas.
Y de la sangre, agua que constante se derrama.

Quienes gritan, chillan o, llámalo como quieras,
contra aquellos otros que ya no se atreven de decir nada,
deberían padecer el tormento perpetuo de la pena,
en lugar del cómodo infierno al que van a parar los afortunados de la careta.

Y allí, rendidos pese no tener sus manos en alto,
allí donde se agolpan cuan ganado triste y mamarracho,
el pueblo conocedor de su victoria, debería sentir por fin el latir de la libertad,
qué, lejos aún de su verdad, se nos vende como paradigma de la vieja política.

Y allí, aquel pueblo rendido por el pesimismo,
al igual un día abre sus ojos y da dos hostias bien das,
al marrano que siga esputando su única verdad, 
como salvación para todos, los que estuvieron y están, 
como si las culpas fueran otras y los inocentes sin moral,
nacieran para morir. ¡Ojo! sin matar. 

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