Encarcelados en
la caverna
del tiempo que
nos contempla,
es zarandeada la
memoria
por fugaces e
impertinentes recuerdos.
De niño a mayor
como un solo y único sabor,
hemos vestido de
largo y de corto,
de claros y de oscuros,
hemos reído como
no volveremos hacerlo,
y hemos llorado,
como solo es capaz de llorar
un niño
indefenso.
Somos prisioneros
de nosotros mismos,
de la memoria y
sus sombras,
de la nada que
navega sin tener claro
de dónde y su
porqué.
No quisiera
mentíos desde esta,
mi escasa lucidez,
me gustaría reconocer
que antes de hoy,
tuve un ayer.
Quisiera hacerlo,
pero al no
comprender el motivo
que nos encierra
en esa limitada cordura
… callare.
Si nuestros días
hubieran crecido lejos,
en tierras
tristes y amontonadas.
Si en aquellos
rincones
se hubiera
forjado nuestra alma.
¿Podríamos
gritar al vacío,
e incluso tal
vez, a su nada?
No, creo que no,
nada a de variar
en el humano
que encerrado en su pasado,
morirá
prisionero de sus manos
en un inmenso
infinito de distancias
y fugaces
saludos.
Me miro, os
miro, pienso,
y en esa
inmensidad me pierdo.
Cincuenta son los
barrotes de mi presidio,
recorrido en el
que dejé abrazos,
risas, lágrimas
y algún suspiro.
Prisioneros de
nuestra memoria,
lo somos del
destino.
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