viernes, 22 de septiembre de 2017

Fragmento de la novela, De naturaleza tocapelotas.




-Sr. Miralles- dicen a mi espalda a la vez que me tocan el hombro.

Al girarme, me inunda una enorme alegría, allí estaba Manolo. Pero sólo para amigos, familia y cierto nivel de conocidos, para el resto. D. Manuel.

-¡¡Coñoooooo!! Qué alegría Manolo- le respondo con un fuerte apretón de manos, como deben ser.

Manolo es un joven de poco más de cincuenta y cinco años, conocido director de teatro y escritor. Un buen novelista histórico, de aventuras y despiadadas batallas. Crítico, ácido, sincero, mordiente y, cómo no, un tanto pícaro si hay damas en las proximidades. De café solo, fuerte, negro como su tabaco, el clásico Ducados de paquete blando. Hombre de pluma y pequeña letra, tan vivaz como despierta, alguien con quien charlando no pasan las horas.

-¿Un café?- pregunta con esa sonrisa tan suya, tan característica, esa que bajo su cano bigote de mosquetero se esconde traviesa.
-¿Qué han pasado? ¿Dos segundos? Ya me parecía a mí que estabas tardando mucho- respondo, pues la verdad, la última vez que le vi, antes de las buenas tardes fue lo de“¿un cafetito?” Jejeje… que tío más duro, yo con tanto café estaría subiéndome por las paredes.

En una de tantas terrazas que explotan con el buen tiempo las cafeterías, nos sentamos a charlar un rato, al fin y al cabo, llevaba sin verle mucho tiempo y, una horita no creo haga a nadie daño. Conversamos sobre cómo nos va la vida, de la crisis, la incompetencia absoluta de los gobiernos y, su último libro. Aún no hemos acabado con el café cuando somos prácticamente avasallados por un rumano con muletas y andares complicados. -Una limosna para comer- nos dice con la mano extendida y tirando más saliva de la que precisa un octogenario sin muelas para liquidarse una bolsita de garbanzos torrados.

-Anda, tira y tira- contesta Manolo con la mano extendida y sonriendo con los ojos entornados. El rumano le mira, se sonríe, y se pierde entre las mesas vecinas.
-¿Lo conoces?- pregunto a Manolo sin dejar de mirar lo complicado de los movimientos que lleva el rumano.
-Es vecino.
-¡No jodas!
-Sí Ramón sí, vecino, el de arriba para mi desgracia, me los ha metido una ONG de esas tan preocupadas ¡Ojo! por los pelanas de afuera, los pelanas de España se la pelan. Mi pelanas en concreto vive con otros doce, entre primos, hermanos y cuñado. Y gracias a que son familia, ya que se arrean unas hostias a diario, que no quiero imaginar si no se conocieran de nada, cómo terminaría aquello. Cualquier día me caen encima ¡qué golpetazos!- responde cabizbajo. Lo comprendo, nadie querría aquellos por vecinos, y no, no soy racista, tan solo sincero.
-Ahí tienes al tío, con muletas, menudo cara dura, cuando quiere corre que se las pela- insiste Manolo.
-¿Con las muletas?
-Sí, pero al hombro.

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