Solo la muerte
tiene la capacidad de
rendir al hombre,
solo la muerte
puede derrotarlo,
robarle la voz,
su pundonor, la
voluntad.
Solo la parca,
esa maloliente calavera,
es en realidad la
única
que nos puede impedir
modificar
las pautas de una
vida no escrita.
No basta con gritar,
no es suficiente
votar,
jamás está de sobra
hablar,
pelear, intervenir,
actuar.
Con el respeto y la
coherencia
que distingue al
hombre,
debemos y podemos,
hacer grande nuestra
intención y palabra,
alejándonos de la
resignación como costumbre,
de la desidia como
salida,
del conformismo como credo
absurdo.
Nunca valió de nada
derramar lágrimas
sentado en un sillón
sin hacer nada.
No, no se ganan así las batallas,
no se hace futuro
cuando
no se invierte en el
presente.
No, no somos
marionetas
a las que puedan
manejar con finos hilos,
poner voces
distintas,
conversaciones que nunca
sentimos.
No, no somos esas
marionetas
atormentadas y
colgadas en almacenes oscuros.
Grito lo que siento,
cuanto pienso, lo que
deseo.
Grito porque puedo,
porque podemos,
porque debemos.
Grito sin miedo, sin
esconderme,
Grito lejos del
silencio que se nos cierne,
de los sucios deseos
de quienes no sufren,
de la vergüenza, de
acusadores índices,
de la mentira piadosa
o no.
Grito, grito,
por no arrepentirme más
tarde
de callar sin
pretenderlo.
Levantémonos todos a
una,
de un color u otro,
de cualquier ideología,
a una y por todas.
Cuando tan solo se
pide vivir,
una techo para la familia,
una cuchara que
soplar sobre la mesa,
un trabajo, dignidad,
autosuficiencia.
Todos queremos ver el
final de esta abstracta era.
No, no somos culpables
más allá de permitir
y consentir.
No somos más
culpables
que de querer vivir.
Levantemos la voz
cuando aún se nos
pueda oír,
cuando todavía
podamos gritar,
cuando aún nos quede
voluntad y ganas de luchar.
Levantemos la voz
ante la incompetencia
del opresor
que escusado en
democracia,
con mayoría o al
amparo de intereses foráneos,
puede jodernos a dos
manos.
Levantemos la voz,
gritemos a pulmón,
salgamos a la calle,
que sin hacer correr
la sangre
nos hagamos ver,
escuchar.
Que sea nuestra voz
por fin,
la fuerza que logre
hacer pensar.
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