martes, 1 de noviembre de 2016

En la cima de su poder.






En una cima que se dice de poder 
pero no palpita y al tiempo jamás evita, 
se apilan hombres y se apilan alimañas 
como si fuera una la sangre 
y de todos propia la misma entraña.

En esa cima que se dice y desdice, 
llena de oro y contactos  que se hacen los sordos. 
Fallece lo que somos con la avaricia 
que se lleva a lomos, y esa tonta envidia
que nos divide y aleja, porque vivir es poco
y matar vale la pena.

Hay quien nace para atesorar, odiar y odiarse, 
y quienes lo hacen por respirar un poco de aire.

Y en aquella cima donde el poder se pudre 
como sus carnes y su ser egoísta, 
los hombres y las alimañas se corren y paren 
sobre propios y ajenos bienes materiales.

Prefiero andar lejos de la cima
donde todos se restriegan la picha 
como si en el mundo no hubiera más, 
que aquel aliento corrompido que se gastan
las voces vacías con las que susurran, 
sin que sus ojos digan o sus oídos escuchen.

Tras de cualquier esquina me gusta expresar, 
con la sensatez de saberme y el afán de mi gritar. 
Cuánta y cuánta es la pena que me dan, 
quienes aún respirando son cadáveres de su realidad, 
que allá, sobre su lujosa cima, donde piensan que nunca morirán, 
les pudre mente y alma sin que sepan cómo parar.








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