Al que vosotros
llamáis prudente,
yo le llamo insulso,
y puede, que hasta miedoso,
a ese otro que tachais de coherente,
…no os engañéis.
En la mayoría de
ocasiones,
no es más que alguien
que empujado por la
corriente,
tan solo se adorna,
omite o miente.
La vida es un gran
carnaval
donde las máscaras se
han hecho
a medida. Con hueso,
sangre, carne y piel.
En las secas calles
de mi barrio
los rincones se
llenan de susurros robados
y oscuridades que no
quiere ver nadie.
La noche invita al
día
asesinando semanas,
meses,
años, siglos y vida.
Y pese lo discreto
del silencio,
sigue el carnaval
siendo ese ritual,
donde se nos prepara
para morir
sin haber logrado
distinguir,
entre todo y todos,
la autenticidad que
nos hace latir.
Solo la luna, los
ríos y el mar,
los árboles, las “malas” hiervas,
y algún que otro
repelente insecto,
son sinceros en su
propio y desnudo universo.
El resto ¡y ya
podemos disfrazarnos como queramos!
somos y seremos poco
más que excremento,
…daos tiempo.
Y así opino, al
levantarme a diario
y ver como la
prudencia
nos mantiene atados.
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