Descarnada tristeza con infinita miseria
surcó mis venas aquella tarde siempre negra,
al ver al hombre, ¡mi amigo!,
llorar como lo hacía.
De emociones mal herido
mientras restan ya sus sueños
y en bocanadas sólo,
pequeños pasajes que junto el agua de sus ojos
le roban alguna sonrisa,
rota y corta, pero llena de vida.
Que malo ha de ser saber
que se muere cuando tanto falta por vivir.
Que malo ha de ser, sí, tanto,
que hasta en mi pecho agarra y en el crían,
lágrimas cuan tenebrosas pesadillas.
Ayer dos piernas, hoy, raíces de hueso y vena,
no sostienen al hombre, ¡mi amigo!
Que pese saber que se muere sigue vivo,
plantando cara a la sucia parca
entre un traguito de agua y el siguiente de horchata.
No salían las palabras del pecho
y si, millones de mocos por nariz y ojos.
No salía la voz que tanto aplomo siempre me ha
dado ,
pérdida puede, en ese seco dolor de ver y no poder
hacer,
cuando mi deseo, desde la cabeza a los pies,
pasaba por dar aquello que se, soy incapaz de lograr.
Descarnada es aquella tristeza
que aprieta mis tripas con saña.
Y solo puedo rezar sin tener claro muy bien,
si para bien o mal,
por ese, ¡mi amigo!
Que algún día, en algún lugar,
abandonará esta tierra sabiendo que la deja sin terminar,
y sin ese fuerte abrazo, que solo espero,
poderle dar antes de marchar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario