¡Que todo el mundo calle!
sólo, escuchar quiero al corazón.
Que por allí llega el Cristo,
¡el Cristo! del perdón.
Por la senda que lleva a la casa,
a la casa del señor,
nos llega caminando a hombros,
dicen, sobre el silencio de su voz.
La noche nos cubre el alma,
a él, rosas de algodón,
que antes de flor fueran sueños
y tras el pecado, fueron perdón.
De valientes es perdonar
mientras corre la sangre por las venas y en
el alma
se aloja la bondad, que hacen Cristo al
hombre,
y presente toda verdad.
Con los brazos abiertos nos acoge el señor,
que sin pedir ofrece de sudor a pasión.
Despiertan los tambores, y lo hacen las
cornetas,
al paso de un Cristo que
jamás cerró su puerta.
Con la culpa de mi pena en lágrimas
contadas,
quiero ser de todos el que menos valga,
mientras bajo la cabeza y me arrodillo
junto a la vera que a su paso nace en río,
soñando con cantarle al oído
aquella humilde plegaria,
que de tanto dolor me cuajo el alma.
¡Que calle todo el mundo!
sólo, escuchar quiero al corazón.
Que por allí llega el Cristo
¡el Cristo! de nuestro perdón.
-A la semana Santa ilicitana-
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