Agüitas mayores.
Para contar mi historia, primero
deben de conocerme. Me llamo Bárbara Sánchez, pasó de decir el segundo
apellido ya que es tan, tan vulgar, que no me hace justicia… la verdad, es que
no sé como mamá no se lo cambio cuando pudo, yo lo hare en tener un ratito
libre. Soy estudiante de administración y dirección de empresas (ADE) en la
universidad de Alicante. Aunque vivo con papá y mamá en Altea, ¡claro! menos
cuando toca clase, que, por evitar estar todo el día de arriba para abajo con
el BMW que me trajeron los reyes magos. Que majos, lo hago en el apartamentito que los papis me han
alquilado en la capi. Tengo la friolera edad de veinticinco años, aunque todo
el mundo con el que me hablo no me echan más de diecinueve. Soy mega maja,
culta, guapa y con un gusto para la moda, que ya quisiera más de uno de esos
pelagatos que se hacen llamar modistos por la simple chorrada, de que les
inviten a mostrar sus diseños en ciertas pasarelas internacionales. Papá, que
es demasiado humilde, me tiene dicho que, aunque es verdad, no diga
públicamente lo que pienso de mí. Según parece, o así lo cree él, suena mal y
suscita envidias entre los menos agraciados. Pero yo le digo. –Papá, ¿prefieres
que tu niña sea una hipócrita de lo más vulgar-. Y papá, agacha la cabeza y sin
decir ni media, porque sabe que llevo la razón, me deja en paz. Bueno, así, muy
por encima, esta soy yo, aunque no lo quiera, el centro de atención de
cualquier sarao y evento al que asista. En terminar la carrera, que me queda
nada y menos, seguro que las mejores empresas se me rifan ¡anda! que lo le deben favores a papá de su etapa como concejal de
urbanismo.
En la uni soy la delegada de mi clase, no lo he
comentado antes porque lo considero evidente. Bueno, si es verdad que no se presentó nadie
más al cargo, vale, pero de haberlo hecho seguro no hubiera sacado ni un voto.
Es más, creo que como levante la mano tan rápido cuando se propuso el cargo,
todos me vieron, y el que no pensó que yo era la perfecta para cargo de tal
magnitud, de inmediato supo que sería tontería ser mi oponente. Como estoy en
el último año y hacer prácticas en alguna empresa me puntúa, empecé en una de
la zona dedicada a la marroquinería, me decidí por ella por el buen gusto con
el que tienen decorada la
oficina y, la sala de exposiciones y juntas. Llevo tres meses y ahora mismo término allí, aún no me han dicho nada, pero
estoy completamente segura que me harán una oferta para quedarme. El puesto
esta cogido, pero donde va a parar eso que tiene ahora, conmigo. Entiendo que
es la mujer del jefe, pero no hay color, y eso lo sabe ella, lo sabe el jefe,
lo sé yo y el resto de empleados, con los que me trato lo justo porque huelen
raro.
Lo peor que tiene la empresa, y por eso jamás me
quedaría trabajando para ellos por buena sea la oferta que me hagan, es que no
tiene aseos individuales. ¡Vamos! que si a una le entran ganas de hacer un
pipi, o va al aseo que hay junto la sala de exposiciones, donde es raro no
hayan clientes, o al que hay enfrente de la recepcionista, o ya, no queda
otra que bajar al de abajo, que es la fábrica donde están los que huelen raro,
y eso, sería lo último, antes reviento que meterme al váter donde esos mean y
sabe Dios qué más harán. Por
esto, nunca aceptaría su oferta, y menos, desde que el pasado viernes me diera
aquel tonto apretón. La sala de exposiciones estaba llena de posibles nuevos
clientes junto al jefe. No era plan de pasar por delante de todos con el culo
apretado y quién sabe si con las prisas, no dejando escapar algún gas. Al aseo
de la fábrica, ni muerta, antes me cago, ¡uy! perdón, me hago de vientre,
encima. Así pues, con una sonrisa y muy digna. Siempre se me dio bien
disimular, y con el culo tan apretado como me era posible mantenerlo. Pase por
delante de la recepcionista, la salude muy amablemente pero sin dar lugar a
conversación, no era el momento. Con una mano me soltaba el cinturón mientras
que con la otra iba colocando papel higiénico en donde mi culo iba a descansar
casi de inmediato. Una especie de sudor helado, no sé si era de alivio por
verme a salvo o, parte de un fiero retortijón, me hizo sudar, y de qué manera,
los chorretes de la frente hasta me empaparon el flequillo. Como el puesto de
la recepcionista esta casi pegado a la puerta del aseo, también eché al fondo
del váter papel en cantidad para que si aquello chapoteaba, no me delatara. Qué
vergüenza señor, aunque imagino que la que atendía el teléfono allí afuera
también haría de vientre de vez en cuando.
Pese las ganas de soltar todo
aquello, me senté despacio, a todo esto, sin relajar ni una miaja el esfínter.
Entonces me puse completamente recta, los chorretones de sudor empezaban a caerme sobre los
ojos. Poco a poco, y cruzando los dedos, fui aflojando la presión. Obviamente,
mi intención era evitar esa tremenda explosión que notaba como me recorría de
arriba abajo, y de abajo arriba, tripas y entrañas. ¡Qué mal rato copón! Yo me
decía, -ánimo bonita, que esto quede entre tú y yo- y así fue. A ver,
algún gas salió, pero amortiguado, ósea, que más que como petardo, fue como un
escape de aire, ya saben, una ese larga “ssssssss” así como cuando deshinchas
las ruedas al coche de la hijaputa de la Trini por ligarse al buenorro de la disco, o como
una serpiente de esas que salen en los programas de bichos. Esas, que se te
plantan delante y hace ese “sssssss” como diciendo, -un paso más, y te pico-.
Cuando por fin solté toda aquella pesadilla, y menudo olor por Dios, me permití
hasta la libertad de apoyar la espalda sobre la tapa y la cisterna. Ni asco me
dio, todo aquel esfuerzo y sin perder el conocimiento, me armo de valor. Quien
iba a pensar que mi peor pesadilla, no había hecho más que empezar.
Cuando me levante, ya con el culo bien limpio y en
todo momento dando la espalda a aquello. Nunca he sido yo de recrearme
mirado eso, pulse la cisterna, me subí los pantalones y empareje bien los
faldones. Al darme la vuelta para coger un poco de papel higiénico y secarme
los chorretones de sudor que aún me notaba frescos, lo vi. Como una de esas
pelotillas de alga seca que en ocasiones aparecen en nuestras playas, un
rebelde trocito de lo mucho que solté, flotaba a la deriva en ese pequeño
charco de agua del fondo del váter. –Me cago en la puta- me salió del alma, y
creo, que en voz demasiado alta para lo que me habría gustado, pero bueno, a lo
mejor la de afuera estaba atendiendo alguna llamada y no se enteró de nada. Cogí un buen trozo de papel y se
lo deje caer encima antes de volver a tirar de la cadena, el agua empezó a caer
llevándose el papel hacia aquel remolino, la pelotilla de caca pareció
desaparecer con todo el papel cañería abajo hasta que de pronto, cuando ya iba
a bajar la tapa ¡FLOP! Allí estaba otra vez. Volví a empezar a sudar, y esta
vez, creo que del enfado. Cogí más papel, y ya llevaba yo sola medio royo. Con
este me lie la mano con la que agarre la escobilla del váter, eso,
jamás lo había hecho, en casa no la tocaba nadie más que Irene cuando venía a
limpiar. La vida me estaba probando, me empujaba al extremo, y a mí, no me quedó otra que sacar los instintos más básicos
que me pueden quedar de animal. Con la escobilla bien cogida, como el picador
al toro, apunte y embestí hasta llevarla al fondo, volví a tirar de la cisterna
manteniendo la pelotilla allá abajo a ver si así, pero que narices, nada, otra
vez salió a flote tan rápido como afloje la presión. Cada vez empezaba a importarme menos la de afuera,
aquello era ya algo personal entre ese zurullo juguetón y una servidora. Volví
a la carga con la escobilla tratando de deshacer del todo la puñetera
pelotilla, ¡no hubo manera! Como hecha con alguna especia de material
extraterrestre, se amoldaba a todo. Y mira que la restregué con gana, que
no, se estiraba sí, pero cuando parecía que por fin iba a romperse, yo ya con
el brazo hasta dolorido, aquello volvía a su forma inicial. No sé si tenía más
ganas de gritar, o de llorar. A esas alturas, la de afuera seguro que estaría
flipando. En una de aquellas embestidas descarnadas con la escobilla, el mojón
se quedó ensartado en sus
cerdas. Lo que faltaba, pensé entonces agarrarlo con papel y dejarlo en la
papelera de los tampones y compresas, pero era viernes y la de la limpieza se
había ido hacía un rato, con lo
que eso allí, fermentando hasta el lunes siguiente ufff, pero es que las
opciones eran las que eran, y puestos a que aquello fermentara, ¿cogerlo con la
mano para dejarlo en la papelera? Pos como que no, pinchado en la escobilla y
mirando hacia la pared para evitar que se viera mucho, lo deje tal cual. Para
entonces el olor a mierda se había disipado. Al salir, la de recepción trato de
disimular, pero yo sé que por el rabillo del ojo no dejo de mirarme en ningún
momento. No soy de hacer promesas, pero me comprometí con Santa Rita, a
cambio de que no entrara nadie allí hasta que el lunes pasará la de la limpieza, que sin duda, no se
sorprendería tanto, seis velitas.
Después de aquello, como no creo pudiera de ser manera
distinta, veo la vida desde otra perspectiva, y, o papá me monta un negocio con
un aseo para mi sola, o va a trabajar su puta madre. A ver, que yo a la abuela
la quiero con locura, por eso estoy seguro que mejor que ella misma nadie me
comprendería. Bueno, ahora, para desconectar de aquello, toca organizar la
velada para la graduación, que veremos a ver entre tanto muerto de hambre que
va a clase, con decir que a alguno hasta lo becan por renta, como será la cosa.
En fin, a ver entre tanto pobruso sin
gusto como se da la cosa, porque yo no estoy dispuesta a cenar en cualquier
pocilga, bastante es, que tenga que contratar autobuses en lugar de limusinas.
Relato basado en hechos reales, para guardar la privacidad de
nuestra protagonista se han modificado así, como muy por encima, el entorno y
los datos personales. Pero el relato es real, real, real.
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