Cuán sinceras criaturas de cristal
sus
ojos de sol y mar,
decían
tanto a mi oscuridad,
que inundado
en su dulce aliento quise morir
a la
par de mi verdad.
Tendida bocarriba la creí ver,
para
ella no sería más que una sola vez,
una
vida incompleta para mí.
Su
gemido, su carne y su voraz apetito
me
pidieron ser hombre y a la vez animal,
para
que en mi cama quedará presa
cuando
mis dientes y muelas le devoraran el placer de sus entrañas,
y
mis brazos, con sus manos y estas con sus dedos y uñas
la
agarran hasta hacerla estremecer,
aún con
sus ojos de sol, cristal y mar
cerrados
y sin gana de llorar.
Pidiendo
de mi prohibido secreto más, y más, y más,
gritó
de todo a la paz de aquella confusa soledad,
donde
nadie nos quiso buscar, y donde a nadie se permitió caminar.
Cuán sinceras criaturas de cristal,
siguen
hoy siendo sus ojos de bravo sol y calma mar,
en
ese oculto yo de tal profundidad,
que
el sueño no amanece y el remordimiento no es tal,
más
que en la pena que se me coge a lo que dicen es el alma,
cuando
sólo al cerrar los ojos la veo como la quise,
entre
mis dedos y mis dientes.
Mientras…
no se si amor o vicio,
su
carne y la mía en una se funden,
y en
la vida y en la muerte
¡por
fin! se dicen y sienten.
Aquella
mujer y este hombre,
que
de tanto soñar creyó vivir,
los
pecados de la que fue y nunca anduvo allí.
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