Andan
cuan caracoles sin cáscara,
por
esas enormes avenidas
que
se llenan de vacíos y rebosan olvido.
Caminan
tan despacio que la vida les adelanta
sin
que la muerte repare en ello.
Dicen,
que jamás llorarán sus ojos
y
que nunca reirán sus huesos,
cuentan,
que como sombras corretean
y
como ratas trasnochadas alardean.
Tanto
comentar y tanto decir,
pudre
sobre mis manos lo poco que salvó aquel recuerdo,
que
sin quererlo me gritó, tal vez, tratando de despertar
la
carne que hoy, ¡ahora!, ni padece ni se quiere,
y
allí, junto un muro y frente un pelotón.
Corrupción,
corrupción, y más, y más corrupción,
dejan
al pueblo cargado de opiniones sin voz.
Y
vomitando en cada esquina
la
más absurda mansedumbre,
veo
como se nos sodomiza sin que nadie pise la calle,
grite
o se señale… veo y escucho, y como yo, nadie.
Prometen
y creemos con el corazón roto y los ojos abiertos,
que
la justicia para ellos y nosotros es la misma,
pero
son sus bolsillos los que se llenan y las cárceles siguen vacías,
como
vacías de futuro andan las calaveras de nuestros hijos,
…y si
no hacemos nada, andarán la de los nietos.
Si
nos dieran un legón, un pico o una azada,
sabríamos
sacar partido aporreando la tierra
que
no tiene culpa de nada, mientras, ellos,
miserables
embusteros, continuarán contando
cuentos
de risa y de miedo, para cuan dóciles
borregos,
tenernos
yertos y calmos mamando la raíz de su desprecio.
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