Desgarran
mis brazos
oscuros
laberintos y aciagos acantilados.
Son,
como la serenata que cantan
aquellas
pobres viudas que bajo las faldas
recogen
penuria y moho,
a la
vez que sus miserias en tripas
difuntas
convergen, y sus sueños,
como
ricos pecados resplandecen.
Dedos malintencionados
golpean
mi pecho desarmado.
Presente,
pasado y futuro
se nos
pudren en uno.
Siempre,
gracias al hijoputa
que
supo esperar turno.
Pesaroso, decrépito,
…la
vida se me hace esqueleto
sin
haber sacado un solo pellejo,
mientras
a mí, en vida,
se
me colmo de saliva.
En las
estrellas
que
conforman mi universo,
¡en ese
pequeño trocito
que
siempre llevaré dentro!,
vuelo,
rió y nunca señalo,
por
insistentes se hagan
las
palabras manchadas
por el
odio y la envidia
que
nunca padecen y siempre,
…siempre
gritan.
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