Voces,
que
muchos creían perdidas,
he
visto emerger de la tierra
como
la niebla
que
comienza
y
siempre sorprende.
Ocultaba
los pasos
y las piernas
de
aquellos que como yo,
nunca
bajan la mirada
más
que para llorar
lejos
de los odios
de
una vulgar almohada.
Nadie
gritaba,
nadie
hablaba,
¡ni
señalar!
Señalaban.
Esos,
que en dioses
se
escudan,
por
santos mendigan,
y
a las vírgenes,
solo
rezan
sin
pueden mirar
sus
pechos
o
palpar sus curvas.
La
pena,
como
la más ramera
de
las miserias,
carece
de sexo
y
también,
de
aquellos hermosos vientos
que
olían a principios
y
nos impregnaban de gloria.
Y
ellas,
voces
que no se oían,
siento
de nuevo hurgar en mi ira
calmando
lo que fuera hervía,
sin
ser infierno
y
sin ser mentira.
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