Casi siempre nos vestimos tanto
por fuera como lo hacemos por dentro,
porque aun cuando no lo
queramos reconocer, tenemos miedo.
Miedo, a ser distintos, a que
vean a través de nuestras alas de cristal y tiempo,
todo lo que somos, lo que
queremos, lo que rezamos.
Rara vez sentimos el aire en
la cara por culpa de la mascara
con la que nos mostramos al
mundo, sin que a este, le importe eso mucho.
Somos todo lo que ocultamos y
casi nada de lo que ensañamos,
porque pensamos que así la
vida nos será más fácil.
Con la familia y en torno a
los cuatro amigos, gritamos,
porque es allí, y solo allí,
donde por fin nos despojamos de ese disfraz
oscuro que nos colocamos,
y todo, porque creemos que
pensamos.
Y por eso, por no nos
molestarnos en ser quienes somos,
morimos encerrados donde
nadie cabe, donde nada queda, donde la vida así mismo,
despacito, despacito… se entierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario