...Yo no he sido nunca
de poner nombre a mi polla, ¿estoy orgulloso de ella? Mucho, pero de eso a
bautizarla… creo que ponerle nombre es un horterada casi tan gorda, como poner
en el culo del coche tu nombre y el de ella. Tengo amigos que si, el que no la
llamaba terminetitor, la llamaba predeitor o
hermanito salvaje. Por originalidad se salvaban Isidro y Toño. El primero la
llamaba Calimero y el segundo Damián. Jamás supimos lo de Damián a santo de
qué, y es que Toño para algunas cosas era muy suyo. Yo nunca salí de polla,
cipote, picha, pene o badajo ¡vamos! lo normal. Lo normal, y creo que más
que suficiente para algo que al fin y al cabo, es lo que es y da para lo que
da. Que fue bastante, es posible, que hasta mucho… me refiero a lo que a mí por
lo menos me dio de sí. Y aunque cada día es menos, algo me sigue dando de sí.
¡Benditas pastillitas! Donde más servicios me cubrió y con
un éxito arrollador, me atrevería a decir, que hasta sacando
matrícula de honor. Fue en mi primer coche, un maravilloso Seat 1430 de tercera
mano con el techo blanco y el resto en un preciso azul marino. Aquel bicho
tiraba de lujo y su espacio era magnífico, atrás podían follar tres o
cuatro sin problema. Aunque mejor se follaba en el Seat 1500 de mi viejo, pero
cualquiera se lo pedía para manejarse con una niña allí adentro. ¡Joer! pues no
era nadie papá para con la limpieza de su coche. Si se te caía un pelo, lo
encontraba, y si el color o textura distaba de los de la casa, era capaz de
interrogarnos uno por uno hasta averiguar cómo aquello pudo llegar allí. Quita,
quita, mucho mejor en mi propio carro. El coche para un hombre, o por lo menos
para cuando uno empieza a notarse hombre, es como su castillo, tú entras
allí dentro, cierras la puerta, ¡y che!, el amo del mundo. Si encima
llevas musiquita de la buena, buena. O sea, de los setenta y ochenta… como
mucho, mucho, primeros de los noventa. ¡Búa! ¿pá qué más? Anda que
no habré chingado yo a ritmo de Fangoria...
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