A través de tus ojos soñé ver la vida,
esa, que hubiera pagado en padecer,
con cuantos tesoros de hombre habido y
por haber
al mundo comprar hubiera podido,
los sueños de tu ser, esos, que son en mí
suspiro
y en ti, olvidado ayer.
No hay peor mal, que el amor no
correspondido
que al sueño encierra entre gruesos cristales
y ásperas cadenas.
Y allí, tras de tus pupilas azules, hoy oscuras,
¡negras!
A la vida, aquella tan poco agradecida
como poca es la sangre que a ambos late y a tantos siembra,
recé tanto y tan bajo, que siento la
boca como el estomagó,
lleno de miseria y toda esa pena
que en torrentes de lava con sabor a
agua,
se dejan perder como se pierden las
almas.
Ya no hay ojos en tu cara, ni recuerdo
en mi ser,
ya sólo quedan olores de lo que fue
mujer y en mis sueños, un querer.
He perdido por no saber gritar a tiempo
y por haber preferido un trabajo hecho
aunque soñado,
a dar la cara como un hombre que sin
saberlo, era afortunado.
Pues afortunado es aquel que vive y en
vida encuentra a ese otro ser,
con el que cada día se nace, y se nace
de pie.
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