Llora la tierra bajo nuestras
piernas,
la misma, que grita orgullosa
entre mis manos
labriegas.
Manos… fuerza que sin
pereza
hacen del alma honra
y del día, pasado,
nunca tristeza.
Secanos e hileras recorren
mis manos
como la sangre las
venas.
Y como ellas, viejas
y sabias,
viñas de acero y piedra.
Bajo el sol, bañado
por el viento
donde nace el
sarmiento,
deambulo armado por
el mayor de los silencios.
Con la esperanza, con
el respeto,
donde enraízan estos,
mis sentimientos
más claros y
honestos.
Sangre, tierra y vid
de un solo pueblo y mil cosechas.
Sueños, esperanzas y
desvelos,
del caldo que entre
los labios se hace cielo.
Y al hombre, a este
hombre,
roba del cuerpo al
alma,
esqueleto, nombre y palabras.
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