En el húmedo ardor
que viste de miedo el deseo,
extiendo mi saliva sobre
su torre de piel caliza.
Derretida, derramada
a la sombra de un
universo
de cadenas y
halagador encierro,
aúllas pidiendo
verlo.
Negro duro, rojo
intenso,
bandera de ese, tu
cuerpo.
Puño, dedos,
nudillos,
ladrones de todo
suspiro.
Frente la voz, la
mirada,
frente el castigo que
te quema y llama.
Loca, desvanecida,
la carne grita por
sentirse viva,
frente los ojos y la
furia
donde la ira debidamente
medida,
hace de dos uno y de uno eternidad.
Lo oigo, lo escucho,
es él, tu latente lamento,
escurridizo palpitar
que rebate dentro,
para, alto y claro,
entregarse como
pasatiempo.
Siente mis letras,
son un delirio sin
nombre y sin apellido.
Siente la fuerza con
que vuelan sueltas,
libres, decididas, carnívoras.
Demonio entre los demonios,
me adentro en lo que
creías tuyo
robándote el alma, el
susurro,
el afán de ser, de mí,
aquello que tan solo pedí.
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