...Cuando un cuerpo está hecho a lo que está
hecho, todo cambio parece el final del mundo. Verse en casa sola con dos niñas,
ya casi unas mujercitas que salían y entraban prácticamente sin pedir permiso o
dar explicaciones. Y sin el mueble de poco uso pero sí de mantenimiento
exhaustivo que Alfonso había sido desde el principio de los
tiempos, hacía que la casa se le cayera encima. Ella, que
apenas sabía lo que era tiempo para sí misma, se notaba ahora hueca,
vacía, perdida. “¿Qué hacer con tanto rato libre?” pensaba con
cierto grado de culpabilidad y tristeza. Menos que lavar, menos que
planchar, menos mierda a restregar (sobre todo de ciertos
calzoncillos), menos comida que hacer. E importante, como Alfonso era el que
tenía que comer y cenar siempre de horno o fritanga, porque ella y las niñas
con cualquier cosilla se apañaban. Muchas veces ni se tenía que pringar en la
cocina. Bendiciones que cegada, Esther no veía a lo primero...
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