No sé si hay más canallas que inocentes enterrados,
ni sé si hay más pena que rencor.
Si se que todo extremo es malo,
como malo es imponer la idea de una razón.
Me gustaría hablar con muertos de uno y otro lado,
como me gustaría hacerlo con los que no tenían color.
No hay guerra buena, ni tampoco honor,
en asesinar por la doctrina de un dedo acusador.
Estoy, como se diría, hasta los huevos,
de escuchar siempre la misma versión.
En las guerras mueren y matan personas
llenas de odio y sinrazón.
Impresentables asesinos que cuan lobos en la noche
desgarran a las víctimas sus blandas entrañas,
se sabe los había en todo rincón.
Soy uno de aquellos locos, sin honor llámenlo.
Que grita porque siente que versiones son muchas
y realidades ni tantas ni tan diferentes.
¿Qué iba a reprochar yo? un joven fantasmón,
que en el calor de su casa, ríe, escribe y canta.
Padecieron los abuelos y eso queda lejos,
pero sé que fue aquello
porque me moleste en hablar con ellos.
Calamidad, miedo, pena, hambre…
¡qué valentía la nuestra de opinar si padecer!
Ojala se cure del todo la intolerancia
y no tenga nadie que vivir de aquellos horrores.
Ojala cicatricen los rencores de quienes no se conocen,
y España, y sus españoles, vivan y dejen.
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