Cada noche, un alma
toca a mi ventana,
y cada noche,
le abro para que
entre y,
arrullada por los
sueños
que hacen del día
mañana y hacen de mi,
la sobra que se
desahucia.
Descanse como el
abuelo
que duerme los
inviernos
junto la lumbre
y bajo cien mantas.
Y allí,
el uno junto a la
otra,
como las caricias
olvidadas
cuanto todos queremos
pero solo dos son los
que se miran.
Vuelo como esa
mariposa
blanca con manchas
oscuras,
que parece no saber
dónde va,
pero siempre llega
como el fin del
vendaval,
donde comen los
mares,
las nubes y la vida.
En sus ojos de cristal,
vuelvo a perderme y
vuelvo amar,
mientras pintan sus
brazos
los rayos de metal,
que en su mano cuan
finos
deditos de felicidad
y paz,
llena mi pecho de lo
que es real,
aunque apenas si,
se logra tocar,
cuando la pena ya es
pesadilla
y negra, es ya la
mar.
Hermoso, divino poema
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