Como la exhalación
del que siempre vivió preso.
Mi recuerdo, tan adorado
y tan hacia adentro,
empieza a mentir al cuerpo.
Inocente, cada mañana me alzo
más presente que pasado,
y más de otros que mío propio.
No sabrían mis ojos
decir porque lloran,
ni mi voz, explicar ese llanto
áspero y apagado con el que
cada noche muero
entre los brazos del destierro.
Afortunado, no siempre es estar vivo.
Afortunado, tampoco es forzarse para saberse.
Las caras que me rodean
e intentan agradar,
me llenan de miedo e impotencia
salando mis venas y rompiendo las cuerdas,
que hicieran de mí, persona,
y hoy, me convierten en cualquier cosa.
Los caminos, oscuros y sin señalizar
como el nuevo día que nace
sin querer esperar,
se me plantan delante obligándome
a empujar con esa fuerza que no tengo
y las razones que, nadie sabe
donde quedaran colgadas o bajo
alguna llave larga y enredada.
Mentirosa memoria aquella
que se dijera y hoy… ¡ahora!
me ata las piernas con frías cadenas de acero
e hilos de voces que llegan desde muy lejos,
sin hacer que vea lo bueno que pueda
quedarme dentro, eso, que dicen y yo,
no creo.
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