Como el azul de las venas se espesa la tierra,
haciendo
del hombre una fea calavera.
El que no
miente señala, y el que no señala,
con
avaricia mal paga.
Varices
qué de las pelotas al cuello
estrangulan
mi porvenir y estrangulan mi aliento,
son como
dedos negros, rectos y obscenos,
que ni piden
perdón ni dibujan sosiego.
Dicen,
hablan, murmuran ¡gritan!
fiambres
pegados a escaños de terciopelo.
Hombres
sin nombre y damas extrañas
que cuan
lapas fijan sus dientes y uñas largas,
a esa
sombra que huye de la cama
como lo
haría la puta al terminar jornada.
No os
escucho la voz, ni os noto el alma,
tras de
esos ojos oscuros y sin mirada.
No os
riega la sangre la gana,
como para
vivir queriendo y lograr morir perfecto.
Venas,
que cuan serpientes me reptan las entrañas,
hacen de
mi carne arco y de los huesos afilada flecha.
Soy más
guerra que remedio, así me habéis hecho,
con esas
historias de miedo que padecen tanto los viejos.
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