Quienes esputan
su verdad contra ese suelo blanco
y complaciente al que el miedo rinde
y, sobre el que el borrego se regodea.
Deberían verse con la soga al cuello y en sus
manos nada,
para que, sintieran que verdades son tantas
como vidas y cómo caras.
Toda razón es única y toda razón es malvada,
si con ella va la fuerza y con esta la protagonista
ignorancia,
que nos hacen más que persona alimaña de dos
patas.
Y de la sangre, agua que constante se derrama.
Quienes gritan, chillan o,
llámalo como quieras,
contra aquellos otros que ya no se atreven de
decir nada,
deberían padecer el tormento perpetuo de la
pena,
en lugar del cómodo infierno al que van
a parar los afortunados de la careta.
Y allí, rendidos pese no tener sus manos en
alto,
allí donde se agolpan cuan ganado triste y mamarracho,
el pueblo conocedor de su victoria, debería
sentir por fin el latir de la libertad,
qué, lejos aún de su verdad, se nos vende
como paradigma de la vieja política.
Y allí, aquel pueblo rendido por el pesimismo,
al igual un día abre sus ojos y da dos
hostias bien das,
al marrano que siga esputando su única
verdad,
como salvación para todos, los que
estuvieron y están,
como si las culpas fueran otras y los
inocentes sin moral,
nacieran para morir. ¡Ojo! sin matar.
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