Tan pequeño
era aquel corazón,
que,
sin lugar a la oportunidad,
se llenó de final.
Entre
los dedos sus ojos y largo cabello
pasaron
sin rozar la abierta mano,
para cuán traidor hambriento,
quedar
enredado en eternos sueños.
Cuando
aún no sabes qué es aquello que,
sin tenerlo
duele. Cuando sólo sabes que,
es
ella lo que te da el aire.
Cuando
gritar y abrazar te pide la carne
sin que
ella te sienta alguien,
no
es llorar lo que alivia, ni rezar lo que ayuda.
Ni es
morir aunque quisieras, lo que apremia.
Maldita
pubertad y malditos los amores,
que,
sin saber aún canalizar,
te
llenan de tanta angustia,
que
sin saber por dónde empezar,
te
ahogan con la pena y la desdicha
hasta
aquel lejano día donde por fin,
olvidas
quien fue y será,
la
que pasó por delante un día sin más,
para
cuan puñal afilado y sin aparente final,
atravesarte
la carne en canal.
Y aquella
chiquilla, hoy, mujer ya,
la
vi cruzar por la orilla,
y,
su pasado en presente volvió a nacer,
con
aquella tanta fuerza con la que se fue,
llenando
a este que la mira de nostalgias que nadie ve.
Que buenos
los recuerdos dormidos de ese dolor fiel,
que,
hacen al hombre de nuevo crio y, a sus sueños,
dan
olor a la mujer, que, antes de ello fuera niña
y,
antes de niña, el ser divino que me subió a los infinitos,
cuando,
con una edad que no pasaba,
cada
día nos cruzabamos sin que se movieran
sus labios,
sin
que se giraran nuestras cabezas, sin que ninguno se dijera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario