En este sordo mundo, donde
hasta el más tonto puede joder impunemente al vecino,
es una terapia, casi un orgasmo
prolongado,
mirarles a los ojos y ponerles
apellido. No voy a pedir disculpas,
ni pienso confesarme por ello,
pues si todos fuesen sinceros.
Lo de dar por el culo no estaría
tan mal visto, y por supuesto, ni sería dañino,
ni crearía costumbre… mucho
menos, vicio,
teniendo como tenemos claro por donde no se ha de meter el dedito,
más que en aquellos casos donde
el juego lo hace preciso.
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