Para poder hablar de Bagatelas con propiedad, me da la sensación que tendría que conocer de manera más personal a su autor. Carlos Javier Cebrián, que ya lleva unos añitos en esto de teclear, antes, de escribir (los tiempos cambia el modo, no la esencia). Como tan personal como me llegan sus versos, no lo conozco. Me voy a centrar en lo que me llega de sus letras, y ojo, hablando como lo hago siempre, ya que a mi eso de la métrica, los estilos, etc. pues como que me la pela bastante, tanto a la hora de escribir, como a la hora de leer. A ver, cada lectura es como el vino, te gusta o no, y a mí por lo menos, me la trae bastante floja que su denominación de origen y añada, diga que es la re-ostia de bueno, regular, o malo. Tiendo a no dejarme llevar por terceros, sobre todo cuando el que se lo va a meter, o mejor dicho, se lo ha metido entre pecho y espalda, es un menda.
Bagatelas se lee tan rápido que invita a volver al comienzo, y esta vez con algo más de reposo, volver a empezarlo. He oído decir de él que es un libro cuidado y serio. Estoy de acuerdo, y añadiría que meditado, maduro, e incluso algo pícaro y sensual.
Tal vez, y pese a ser paisano de Cebrián, por falta de tiempo, porque hay mucho, mucho, mucho, y porque no ha caído en mis manos. No lo he leído tanto como se merece, por lo que siento que tengo mucho pendiente con él, y que me apunto como tarea, en esa libreta del por hacer, y pronto.
Me he tomado la libertad (soy un osado), con el fin de que se pueda entender mejor aquello que digo sobre lo personal que me han resultado las tripas de Bagatelas, de colgar estas líneas que considero demuestran a la perfección aquello de lo que hablo, de lo que me llega, de lo que siento. ¿Sobre si lo recomendaria? Por supuesto, siempre que uno se desnuda de verdad, vale la pena, ya que la autenticidad pocas veces queda visible, y cuando eso ocurre, creo que merece toda atención.
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