A
la vera de la ventana
aquella
luna cristal,
sus
manos cálidas
me
parecen alcanzar,
sin
que suelte una lágrima
ni
suelte el mal.
Sin
que ella retenga su todo
y
yo, retenga mi más.
Allá
que llega
y
allá que se va,
esa
tan redonda esfera
que
me hace temblar
tan
dentro de mí
como
fuera de ella,
y
lejos de la mar
que
nacer me viera.
Una
revuelta y áspera
noche
de noviembre
de
aquel siglo mío,
aquel,
que ya muriera.
En
paz descansen
los
siglos y la luna cristal
que
cada noche son memoria
y
algo que admirar,
a
la vera de la ventana
donde
mis ojos se congelan
y
el aliento cuan muerte empaña,
esos
recuerdos que nos hacen mortal
y
nos presentan como persona.
Sin
que unos quieran
y
otros, a Dios pidan,
para
sí y para nadie,
ser
lo que se piensa y ser,
lo
que odian muchos alguien.
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