Tengo
claro que no voy a salvar el mundo de nada,
ni
tan sólo, de aquello que me queda en la palma de la mano.
El
humano, especie a la que pertenezco, es tan simple como inútil,
y
tan envidiosa y ambiciosa, como lo es ridícula.
Nos
autodestruimos porque le apetece a uno
sin
pensar si eso, nos conviene al resto.
Mueren
mujeres bajo el puño del ignorante,
se
destruyen pueblos enteros
porque
interesa a según qué cerdos,
se
pegan tiros en la nuca, se cortan cuellos,
se
expulsa de su casa a las personas.
¡Joder!
hay críos inmortales
por
no tener donde caer muertos.
Y, de
lo que se habla, lo que nos preocupa,
es el
famoseo, el fútbol,
y la
falta de libertad del puto periquito
de
la vecina de arriba.
Estoy
hasta los cojones de mi honorable especie,
de
aquellos que dicen, y dicen, y vuelven a decir,
y
nadie sabe que han dicho
Antes
de hijos tuve padre, y también abuelo,
apenas
les recuerdo, pero allí, a mi lado estuvieron.
Eran
carne, agua, sangre y viento, eran todo lo que hoy no creo sentir,
por
lo que grito al cerrar los ojos y pensar, cuánto les quise
pese
lo que me dejaron por padecer en este vida repleta de presente,
donde
nadie es más que el otro pero todos nos consideramos dioses.
De
mierda hasta la garganta,
mierda,
y ni una sola lágrima.
Ni
de agua, ni de cera, ni de verdad ni por miseria.
Tengo
claro, que al igual que el resto,
no
soy más que un despreciable ser
creado
para obedecer sin mucho pensar,
y
para matar hasta donde matar me digan, haz.
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