Os dejo un trocito de la novela "De naturaleza tocapelotas" ya a la venta en ebook por Amazon por 2,99 euros. ¡¡Ojo!! un trocito solo eh.
-Podría decirte que te
he hecho el amor en muchos sitios distintos, pero no voy a engañarte, no sé
cómo se puede hacer eso del amor, la verdad, aun cuando pueda pecar de rudo o
grosero, como yo te he imaginado en todos esos sitios, ha sido follando, bien
tú a mí, bien yo a ti. En ocasiones tan rudo como en otras tierno, pero
normalmente querida mía, la cursilería se quedaba no más allá de los besitos en
la cara…
Vuelve a morderse el
labio, para mí que se está mojando. En una de esas locuras mías, una de tantas
en la que mi sueño me hizo correr, continúo. -Llevabas un vestido como éste, al
igual que ahora, tú conducías, y yo, yo disfrutaba, disfrutaba mirando cuanto
tú me ofrecías- llegados a este punto, tal cual hablo, actúo. -Mi mano
izquierda se enredaba en tu pelo a la altura de la nuca, la derecha, libre,
golosa, perversa, recorría de tus rodillas hacia arriba la parte interna de la
pierna, insaciable, se metía bajo la prenda de ropa buscando siempre el calor
de la caverna- solo me mira de reojo, abre las piernas, evita toda resistencia.
-Al llegar al tanga, con los dedos más diestros ya apartada la braguita, caliente
y húmeda se me presenta ella.
-Quita, quita- me dice,
vamos por una avenida de dos carriles y en el semáforo donde tenemos que parar
hay un camión al otro lado.
-¿Por? ¿Cuál es el
problema?- pregunto.
-El camionero, desde lo
alto podría vernos.
-Vernos y mirarnos,
podría aprender algo con toda seguridad, si algo malo tiene que nos vea, es que
se le harían los dientes largos- le respondo mientras vuelvo a meter mi mano
bajo el vestido, ahora, no me conformo con palpar, quiero ver, así pues, el del
camión, tendrá unos segunditos de recuerdo que seguramente disfrutará en muchos
silencios.
Duda, duda apenas
décimas de segundo, para ceder a la propuesta. -Jamás hice nada parecido- me
dice mientras mira hacia el camión bajando un poco su cabeza por la curiosidad
de saberse mirada.
-Alguien me dijo hoy
mismo, que todo tiene una primera vez- ella me mira, me sonríe, y me besa en los
labios dejando su cálida lengua para cuando me apetezca. Me separo, se queda
aturdida, no sabe que ocurre. Entonces le abro los botones que dejan libres con
poco empeño, esos pequeños pechos de rosados y erguidos pezones que no se
guardan en sujetadores.
-¿Qué haces? Vas a
lograr que el de camión se baje a mirar- me dice intentando taparse sin
demasiado empeño, más bien es un leve reflejo.
La miro, le sujeto la
mano con la que se tapa por su muñeca, la aparto. -¿Y? que mire, ¿que más nos
da?, él fuera, nosotros dentro, que mire cuanto bueno tienes, cuanto bueno yo,
hombre de fortunio, me pienso comer.
Se entrega, no sin
dejar de mirar hacia el camión. -¿No vas muy deprisa?
-Menos de lo que dicen
tus bragas y afirman tus pezones.
El semáforo se pone
verde, salimos más ligeros que el camionero, ahora sí, ahora nos pita y hace
las luces en varias ocasiones, pero estando pegados, callado como puta. -Qué
vergüenza- me dice ella.
-¿Vergüenza de qué?, ¿de
ser tan hermosa, tan sexual?
-Cuanta galantería.
-No confundas la
galantería con la realidad, mírate, vamos, hazlo- le digo mientras le abro el
desabotonado escote. -¿Qué ves si no belleza?- me quito el molesto cinturón de
seguridad y me arrojo hacia ellos, lamiéndolos, oliéndolos, presionándolos como
si de moldeable plastilina se tratasen. Noto que le hago algo de daño, pero no
es nada mezclado con el placer que le provoca mi tacto.
-Falta poco, estamos
llegando- dice jadeante, yo sigo
mirándola de frente mientras mi mano deja el juego que se lleva con sus pechos
y, mis dedos toman sus labios, su boca, se bañan en esa ardiente saliva y, de
allí, hasta donde la braga, aun apartada hacia un lado, me brinda el mejor de
los manjares.
Jadea a tal punto que
tiene que apartarme bruscamente, me empuja hacia mi lado, el sol aún está en lo
alto, se quita el cinturón y como puede, se me viene encima con las dos manos,
me saca los faldones, me quita la hebilla y casi arranca los botones. Sigue
jadeando, cuando su mirada y una de sus manos, saca a la luz mi erecto pene.
-¿No faltaba poco?
Claro que si quieres follar aquí mismo….- ella me mira, se restablece, vuelve a
su sitio y coge camino, la dejo fuera, no la escondo, le cojo una mano y hago
que la acaricie. Lo hace con fuerza, le tiene ganas, la necesita, de vez en cuando
la mira como sorprendida.
Al llegar a la casona
de la abuela da al mando a distancia, la puerta corredera comienza a abrirse
cuando sus labios se presentan firmes a la bienvenida que mi pene merece,
agradable humedad que me hace gruñir placeres, el propio del momento, y el ver
mi fantasía lamiendo. Mientras, la puerta
sigue su camino. La cojo por el pelo, la obligo, quiero profundizar más
en su garganta, quiero escucharla pidiendo clemencia. Me aparta la mano que la
sujeta, me dejo, de momento. Me mira, tras una gran bocanada de aire limpio,
mete el coche, cierra la puerta y, vuelve donde dejó la cosa, la dejo, se lo
permito, pero solo de momento.
Algo más de un minuto
lleva sobre mi cintura. Besándola, lamiéndola, saboreándola por dentro y
también por fuera. Al igual que mi pene, ella está empapada, pese a este ardor
que me quema, el mismo que me grita que la penetre y acabe con la resistencia,
insisto contra la testarudez de mi voluntad y, me contengo, quiero saborear
cuanto pueda el momento que entre mis manos se hace placer y tiempo.
Levanta la cabeza, nos
miramos, mi pasión arde en fuego, sostenida por mi mano desde su cuello, la
beso, le muerdo esos carnosos labios que tanto me excitan estando húmedos, echa
hacia atrás su asiento, se acomoda lejos del volante y se inclina hacia mí
sacando su pierna izquierda de debajo, la encoge sobre el asiento dejándome
visible su muslo, allá donde éste se suelda a su ingle. Vuelve su boca a mi
pene, estiro la mano hasta aquel muslo, esa preciosa ingle, levanto poco más su
vestido. El bello, muy recortado, roza en la palma de mi mano, tan solo con ese
ligero roce ella se estremece. Mi mano libre vuelve hacer presa en la cabeza, y
le marco un ritmo que sin enloquecerme, me haga sentirla más, sabe lo que
quiero, lo que busco, lo que deseo y, aprieta más los labios, mis dedos juegan
con ella, la acarician, se entrega abriéndola más, es tan seguido el placer que
le da mi juego, que tiene que retirarse de la boca varias veces el pene, para
poder gemir abiertamente, sacando de dentro cuanto siente.
Me encanta cuanto veo,
cuanto siento, pero no lo quiero tan pronto. La aparto, me abotono y bajo del
auto. Ella, semi desnuda, caliente, calla y mira, doy la vuelta, le abro la
puerta y le extiendo la mano. Antes de salir intenta abotonarse, se lo impido,
quiero que salga tal cual están sus pechos, entre vistos y escondidos, son un
sano vicio para estos ojos míos. Nerviosa busca en el bolso las llaves de la
casa, mientras lo hace andamos hacia ésta, ella delante, yo tras ella, pegado,
sintiendo sus carnes, haciendo sentir las mías. Estamos a aire libre, el sol
aún y, por bastantes horas, ilumina. Paralelos a la verja de la finca, un grupo
de amigos en bicicletas de montaña. No reparan en nosotros, y a nosotros, ello
nos hubiera importando bien poco. Mis manos la sostienen pegada a mi cintura,
mis labios, mis dientes, se recrean en su cuello, en sus oídos, en su desnudo
hombro. Mis manos la mantienen contra mi cintura, le retienen el paso, insisto
en mantenerla pegada contra todo este entusiasmo. Aún no ha dado con las llaves
cuando decido que mis dedos continúen jugando bajo su vestido.
-Por fin- dice
jadeante, como agotada. Tras abrir la puerta de la casa, ante nosotros el frío
húmedo y oscuro de un caserón que se abre poco, los rayos de sol que vergonzoso
sorprende detrás de nosotros, nos muestra de allí adentro unas pequeñas motas de
brillante polvo levitando sin esfuerzo. -Aaaaa aa ummm aaa- gime, me sujeta esa
mano que bajo su vestido juega, la sujeta pero no aparta, solo la coge, la
aprieta, la mantiene presa, como pretendiendo que siga allí toda la vida. La
tengo de espaldas, no le veo la cara, me niego a perderme su expresión y la
giro hacia mí. Con la boca torcida se muerde el labio inferior, sus ojos
prietos permanecen cerrados como temiéndose una explosión, preciosa imagen que
me llena de deseo y una extraña agresividad que contengo apretando los dientes
y uno de sus pechos.